- Cariño, ¿Por qué no compramos un castillo para vivir como reyes?

+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Dame amor (parte 3)

- ¡Au, qué bestia! – gritó quejándose de dolor.

- No sé de qué te quejas, si en el fondo te encanta. Encuentras el placer en un poco de dolor.

- Eso no es así… - Intentaba disimular – Aunque podemos comprobar si te pasa a ti también.

- ¿Cómo? – pregunté intrigada.

- Así… -  dijo a la vez que me levantaba y me mordía un pezón.

Me quejé al igual que él, pero le contesté chupándole lentamente un dedo. Sabía que eso le excitaba en exceso y por eso lo hice. Se le aceleró el pulso y su corazón marcaba el ritmo de cada lengüetazo. Se agarró a mi espalda haciéndome sentir sus uñas y apoyó la cabeza en mi cuello.

- Creo que necesitas un poco de jabón por todo el cuerpo – decía tranquilamente mientras rozaba con los dedos mi clítoris.

- ¿Eso crees? – Contesté un poco alterada debido a la excitación del momento.
- Sí… Sin duda. Tranquila, que yo puedo ayudarte – inmediatamente se le dibujó una gran sonrisa en la cara.

Cogió un poco de gel y con sus manos lo repartió por mi cuerpo. Empezó dándome un masaje por el cuello para después ir bajando hasta mis pechos y masajearlos hasta saciarse. Empujó su cuerpo hacia el mío, que estaba a espaldas del suyo, y sentí su miembro entre mis nalgas. Con un brazo rodeó mi cintura y con el otro fue bajando por mi vientre hasta llegar al final de éste y al principio de la sonrisa vertical. Se limpió los dedos en el agua y deslizó uno de ellos por el principio de mi vagina. Lo introdujo y me provocó un leve gemido. Siguió metiéndolo más fuerte y lo sacó de golpe. Rozó mi clítoris con cariño y despacio recreándose vilmente. Mientras seguía haciendo movimientos circulares con su dedo, mordió mi oreja e introdujo la lengua dentro de ella. No pude controlar el orgasmo que se apoderó de mí durante varios segundos.

- Te lo dije, pequeña. Volviste a perder – se enorgullecía de sus magníficas técnicas de amante.
- Pero… No es justo – protesté.

- ¿Por qué no lo es?

- Porque lo digo yo, ¿Te parece motivo suficiente?

- No – dijo después de reírse – aunque seré bueno, cumplirás tu parte del trato otro día, ¿Te parece bien?

- Si no hay más remedio… - le contesté mientras me daba un tierno beso en la frente.

Salí de la ducha y cogí una toalla para envolvérmela alrededor del cuerpo, aprisioné mi melena para quitarle un poco de agua. Él me miraba atontado y justo en ese mismo instante me hubiera encantado saber qué estaba pensando.

- Me voy a hacer un café, ¿Quieres algo? – le pregunté amablemente.

- A ti.

- Tonto… Decía de beber.
Le besé en los labios y le acerqué otra toalla para que pudiera secarse. Me fui a la cocina y encendí la cafetera. Nunca me había gustado el café realmente, pero últimamente tenía la extraña necesidad de beberlo. Se podría decir que caí en sus redes. Preparé un poco de leche caliente y vertí el café ya listo en ella, sin olvidarme de echar unas cucharadas de cacao en polvo que tanto me gustaba.
Fui con la taza de café hasta la habitación. Cuando entré le vi tumbado boca abajo y desnudo, parecía estar dormido. Dejé la taza en el escritorio y busqué la cámara de fotos con cuidado para no hacer ruido. Me alejé un poco de él y saqué la fotografía.

- ¿Pero qué haces, estás loca?
- Sí, pero por ti… Es que entré en la habitación… Y te vi tumbado desnudo… No pude resistirme.

- ¿Y qué piensas hacer con esa foto?

- Venderla, está claro.

- ¿Ah, sí? ¿Has abusado de mí solo para vender una foto mía desnudo? Qué mala… - antes de terminar de hablar me agarró empujándome hacia él y me miró fijamente a los ojos – Eres única – dijo muy serio.

- Lo sé – contesté segura de mí misma.

- No, en serio. Eres única, ojalá siempre seas así y pueda estar a tu lado para observarlo. No te haces ni una ligera idea de lo especial que eres ni de cuánto me importas – parecía emocionado.

Le abracé y nos tumbamos juntos en la cama. Él apoyó su brazo en mi cadera y me besó en la mejilla. Apoyé mi cabeza en su pecho y me dormí escuchando los latidos de su corazón.

Dame amor (parte 2)

- Jugaremos a un juego... ¿Quieres? - puse cara de niña pequeña inocente, la había ensayado tantas veces que ya era una parte más de mí.

- ¿Qué juego?

- Se llama 'quién aguanta más sin llegar al clímax', el que pierda tendrá que hacer lo que el otro le ordene a lo largo de la noche. ¿Estás de acuerdo?

- Mmm... Si no queda más remedio... - realmente parecía apenado, aunque en realidad ardía de deseo.

Rocé mi clítoris a lo largo del tronco de su erecto pene en un continuo vaivén vertical. Le mordía suavemente uno de sus pezones mientras con una mano rozaba el otro. Notaba su ardiente mirada, elevé la cabeza y le besé. Volví a restregarme fuertemente contra su miembro y noté cómo se estremecía debajo de mí. La lujuria corría fugazmente por mis venas y me oprimía el pecho a la vez que torturaba a mi cuerpo hambriento. Con mi mano dirigí su miembro recreándome especialmente en el clítoris. Él entrecerraba los ojos aguantándose las ganas. Acerqué la punta a la entrada y presioné débilmente, después lo volví a sacar. Volví a repetirlo varias veces, pero cada vez más lento y prolongado.

- ¿Piensas seguir torturándome durante más tiempo? - consiguió decir a duras penas.

- Todo el que sea necesario.

Sin decir nada más introduje bruscamente su miembro en mi vagina. Ahogué un grito de placer en su pecho mientras él suspiraba rápidamente. Le noté dentro de mí cada vez más profundo y caliente. Bajé la cabeza hacia sus labios para morderlos y besarlos en pleno frenesí. Mi larga melena tapaba parte de su rostro, por lo cual me elevé para recogérmela en una coleta. Al ponerme recta sentí una fuerte embestida en lo más hondo de mi ser. Grité de placer derrumbándome encima de él.

- ¿Qué pasa pequeña, no lo tenías todo bajo control? - dijo burlándose vilmente.

- Te... Te... estás vengando... - logré pronunciar antes de que volviera a arremeter con otra gran embestida.

- Adoro verte tan cachonda y a mi merced, no te haces ni una ligera idea de lo mucho que me excitas.

Decidí darle una tregua y soltarle las manos.

- Ahora me toca a mí - le encantaba mostrarse seguro.

- Me apetece a lo perrito... - fingí falsa timidez.

Sus ojos se iluminaron, sabría que reaccionaría así, es tan simple como el mecanismo de un chupete.

- Muy bien cariño, ponte a cuatro patas como la perra que eres - dijo fuera de sí.

Me puse tal y como me había dicho, pero liberando a mi larga melena. Subí un poco el culo y abrí las piernas. Su mano se recreó en una de mis nalgas, giré la cara y vi cómo se relamía tan solo con rozarla. Me penetró suavemente, sin prisa pero sin pausa, disfrutando del placer. Al principio sentía solo la punta, pero después noté cómo se iba haciendo paso penetrándome fuertemente. Sentí la necesidad de agarrarme a la cama sino quería desvanecerme ahí mismo. La velocidad fue aumentando a medida de que mis suspiros entrecortaban mi respiración. Comenzó a darme azotes en las nalgas y a clavar las uñas en ellas. Se agachó envolviéndome con su cuerpo y su mano habitó en mi clítoris durante varios minutos. Lo recorría en círculos con las yemas de los dedos, suavemente, e incluso bajó un poco más uno de sus dedos hasta rozar su miembro. Con ambas manos presionó mi vientre haciéndome sentirle en lo más recóndito de mi ser. Una fuerte oleada de calor se apoderó de mí. Intenté controlarme y no dejar que me dominase, aún recordaba el juego, pero todos mis intentos fueron en vano. Un terrible cosquilleo se apoderaba de mi clítoris expandiéndose a lo largo de mi cuerpo. Gemí incontroladamente, sin casi poder respirar, y él aumentó la velocidad de la penetración haciéndome perder el control por completo. Clavó fuertemente sus uñas en mi culo y gimió tanto o más como había hecho yo escasos segundos antes. Una gota de sudor cayó en mi espalda. Me agarré fuertemente al cabecero y empujé mi culo hacia él. Un gran chorro de placer me invadió por dentro provocándome otro orgasmo. Alcancé el éxtasis de nuevo junto a él.

- Has perdido, cariño - se reía aún preso de la lujuria.

- Tú también, tramposo.

- No es cierto, pequeña. Dijimos que perdería quien alcanzara antes el clímax, fuiste tú la primera. ¿Recuerdas o es necesario que te lo demuestre de nuevo?

- La verdad es que siempre he tenido mala memoria... No consigo recordar quién perdió realmente... Pero diría que gané yo - dije pícaramente esperando ansiosa su reacción.

Antes de que pudiera abalanzarse sobre mí salí corriendo hacia el baño, abrí la mampara de la ducha y me metí dentro. Dejé correr el agua por mi piel, estaba caliente al igual que yo. Sentí un pequeño escalofrío cuando noté sus manos en mi pecho y sus labios en mi espalda. Me giré despacio y le besé en los labios bajando hasta llegar a su miembro, que se encontraba erecto de nuevo. Me relamí al verlo y comencé a darle pequeños besos a lo largo del tronco. Pasé varias veces la lengua y después me lo introduje entero en la boca. Casi no me cabía debido al gran tamaño que había alcanzado, pero eso no me disuadió en mi idea de hacerle sentir el máximo placer posible. Con una mano apartó algún mechón de pelo de mi rostro. Subí la mirada y sentí cómo me deseaba tan solo con mirarme. Puso ambas manos en mi cabeza incitándome a chupar con mayor frenesí. Me penetraba fuertemente la boca provocándome alguna que otra arcada. Deslicé mi lengua por el capullo y lo presioné con mis labios consiguiéndole poner la vista en blanco. Mordí suavemente la punta aumentando poco a poco la intensidad del mordisco.


Dame amor (parte 1)

Metí la llave en la cerradura, la giré tres veces, como solía hacer siempre, y esperé a su típico comentario:

- Cariño, ni que esto fuera un bunker - me dijo sonriéndose.

Había escuchado tantas veces esas palabras que ya formaban parte de mi rutina.

- ¡Qué tonto eres! - le contesté fingiendo un pequeño enfado.

Él se reía divertido, le encantaba verme así. Me solía recordar que cuando arrugo mi naricilla es cuando más guapa estoy. A mí me encantaba él y cada una de sus pequeñas manías, aunque no acostumbraba a decírselo.

Nada más cerrar la puerta noté su presencia detrás de mí, más cerca de lo que creía. Me rodeó la cadera con sus brazos, apartó los mechones de mi larga melena azabache hacia un lado y besó cada parte de mi cuello. Me estremecí entera, cerré los párpados y suspiré.

- Pequeña, quiero hacerte el amor como a una puta, pero no te ofendas porque a la mañana siguiente estaré a tu lado para despertarte y abrazarte como a una princesa - me susurró al oído.

Me giré y le miré fijamente a los ojos, estaban llenos de lujuria y pasión. Me acerqué a sus labios, le mordí el inferior y después jugué pícaramente con su lengua, mordiéndola una vez más. Su mirada se puso en blanco perdiéndose mirando al infinito y ahogándose en un descomunal placer. Le agarré de una mano y le guiñé un ojo. Se dispuso detrás de mí haciéndome sentir su notable erección. Me mordí el labio inferior derritiéndome en mis propios pensamientos. Tenía ganas de él, quería sentirle como si fuera la última vez disfrutándolo por completo.

Llegamos al cuarto y bajé la persiana dejando que la luz entrara levemente. Sentí que me miraba con deseo y recorría con su mente mi cuerpo. Cerré la puerta obligándole a apoyarse en ella. Oí cómo me rugía, me encantaba hacerle rabiar.

- Esta noche eres mío - le dije sensualmente.

- ¿Y si es al revés? Tendremos que discutirlo, ¿No crees? - su mirada era desafiante, aunque fracasó en su propósito de asustarme, pues me incitaba un gran morbo.

Mi respuesta fue un mordisco en la oreja, oí su quejido e inmediatamente deslicé mi lengua por el interior. Su cuerpo tembló a escasos centímetros del mío y me apreté más aún contra él rozando mi pecho con el suyo. Deslicé mi lengua juguetona por su cuello, una y otra vez, sin cansarme. Intenté quitarle la camiseta pero no me dejó. Me agarró fuertemente por las muñecas y me empujó contra la cama.

- No te resistas, será peor.

- Te equivocas, será mucho mejor, sabes que me gusta verte así de cachondo.

- Pequeña, no empieces algo que quizá después no quieras terminar - sonó decidido, más que las otras veces, pero sonrió maliciosamente.

- Correré el riesgo.

Le arrastré hacia la cama junto a mí. Rodeé su cuello con mis manos y fui deslizándolas por su torso. Le quité la camiseta y observé sus abdominales, me hacían enloquecer. Tenía un cuerpo fibroso y hermoso. Al tocarlo noté que me humedecía, él también lo notó y me lo demostró mordiéndome la oreja. Sabía que ese era uno de mis puntos débiles, por eso no se conformó solo con ella, sino que fue bajando por mi cuello hasta llegar a mi pecho. Se recreó en él, tocándolo suavemente mientras me miraba fijamente para que le mantuviera la mirada. Me despojo de mi vestido quedándome solo en tanga. Su lengua se deslizó por uno de mis pezones y sus dientes lo mordisquearon suavemente provocándome un gran suspiro. Inmediatamente me agarré a su espalda, le clavé las uñas y le besé fogosamente. Mis manos jugaron impacientes con los botones de su pantalón sin conseguir desprenderlo de él.

- Eh, cuidado con esos dedos que luego van al pan.

- Tranquilo, esta noche te cenaré a ti enterito, de la cabeza a los pies.

Mis palabras parecieron romperle todos los esquemas, porque se dejó quitar hasta los boxer. Su pene erecto chocó violentamente contra mi vientre haciéndome empapar el último resquicio de ropa que me quedaba. Besó ardientemente mis labios una vez más y recorrió mi cuerpo con su saliva siguiendo el trazo marcado por cada uno de mis lunares. Deslizó el tanga por mis muslos hasta que cayó suavemente al suelo. En un descuido me levanté velozmente y me puse encima de él.

- Han cambiado las tornas, ahora mando yo - dije a la vez que le esposaba al cabecero de la cama ambas manos.

Intentó parecer ofendido e incluso molesto, pero no podía ocultar la gran felicidad que le producía que me hiciera la dueña de la situación. Se relamió y se dejó llevar. Mis piernas se abrieron ubicándose una a cada lateral de su torso. Bajé suavemente hasta su cadera, restregándome a conciencia y observándole con una sonrisa llena de vicio.


viernes, 7 de diciembre de 2012

Es hora de cambiar

En repetidas ocasiones he jurado ser la protagonista de mi propio cuento sin esperar a que otros destaquen por mí. He soñado muchas veces con ser alguien, creer firmemente en lo que de verdad quería y luchar por mis mayores propósitos. Hasta hace poco creía que no lo conseguiría, que me dejaría llevar por el profundo dolor que siento lo más hondo de mi ser. Hasta hace poco me di por vencida pensando que la realidad que se mostraba ante mis ojos era el mundo real, mas cuán equivocada estaba. La vida es tal y como uno mismo quiera verla. Los sentidos son engañosos y nada es lo que parece. Todo depende desde qué punto de vista sea mirado y con qué mente sea juzgado. Muchas veces para triunfar es necesario dejar los sentimientos a un lado siendo un vil monstruo sin corazón. No dejarse dominar por las emociones, aquellas que nos hacen ser tan jodidamente humanos.

Con el paso del tiempo he aprendido que ocultar lo que se siente no es bueno, no durante un periodo de tiempo prolongado. A veces es necesario callar antes de decir algo que no sea mejor que el silencio, pero otras es mejor decirlo todo, o gran parte. Una lágrima vertida no debilita al guerrero, sino que le hace más fuerte. Una batalla perdida no hiere de muerte, sino que la acumulación de varias crea un escudo prácticamente invencible.

Durante mucho tiempo mi vida ha sido un caos, puro y duro. No siempre he sido consciente de él directamente. Ojos que no ven corazón que no siente, suele decirse, y no hay peor ciego que el que no quiere ver, se dice también. La primera es más bien falsa, la verdad siempre sale a flote, tarde o temprano. La segunda es cierta, el mayor enemigo que puedo tener soy yo misma. Nadie me conoce tanto como yo. Nadie sabe qué habita en mi psique ni qué me pide mi cuerpo en cada momento. Nadie sabe qué callo o qué siento. Nadie es yo ni yo soy nadie.

Cuando era pequeña tenía miedo a la soledad, a estar sola. Después me acostumbré a ella y llegué hasta adorarla en ciertas ocasiones. Creí que el miedo había cesado, pero no fue así. Cuando peor me siento acude a mí o cuanto más vacio noto en mi interior. Solo depende de mí dejar que me domine o hacerle frente de una vez por todas.

No sé ni porqué escribo esto, sinceramente. Quizá sea el producto de estar una semana con la vida vuelta del revés. Siendo como un vampiro, esclava del día y anfitriona de la noche. Quizá tantas divagaciones consigan aclarar mi cabeza o quizá no sirva de nada. No sé qué pasará a partir de ahora, solo sé que necesito un cambio en mi vida y estoy dispuesta a hacerlo. Dejaré de ser mi mayor enemiga, aunque eso signifique dejar de ser quién soy. Pues cada acto tiene su consecuencia y cada camino se traza día a día.

 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Mi corazón rompió el silencio

Llevo meses dándole vueltas, en realidad más de un año. Desde el principio veía clara la solución, pero nunca fui capaz de llevarla a cabo. No me creía capaz de hacerle frente sin que me causara demasiado dolor, sin arrepentirme de tomar una decisión que quizá fuera errónea.

Mi concepto de la amistad no suele ser el más común. Para mí los amigos no existen, todo se resume a: familia, conocidos y desconocidos. La familia suele venir impuesta y aunque no guste, no es algo que se pueda cambiar como los cromos. Los conocidos se eligen, son personas que conoces un mínimo y forman una parte de tu vida. Aunque en verdad no llegan a pasar de ahí, de ser banales en tu día a día. También están los desconocidos, aquellos que no sabes quiénes son, de dónde vienen, a dónde van o qué mosca les ha picado. He de reconocer que estos últimos a menudo suelen pasar a la zona de conocidos, puesto que son parte de la rutina. Entonces, ¿Qué pasa con la amistad? ¿Existen los amigos?

Un amigo es quien estará siempre que esté en su mano, ya sean buenos o malos momentos. Preferiblemente en los malos, aunque no se descarta la idea de alegrarlos. Luchará por tu bienestar como si fuera el suyo propio. Será tu guía cuando estés ciego en medio de una inmensa oscuridad. Celebrará junto a ti tus triunfos. Velará tus sueños y hará que confíes en ti mismo como si él no lo hiciera, mas no temas, solo es una estratagema para que seas fuerte. Conocerá cada una de las lágrimas que derrames y todas las sonrisas que consiga robarte gracias a su terrible creatividad. Escuchará tu voz en todos sus formatos y sabrá tu estado de ánimo con tan solo una mirada.

Un amigo no es un amigo, sino un familiar. Cuando está tan integrado en tu vida. Cuando le quieres como un hermano. Cuando te demuestra su lealtad. Cuando un simple abrazo suyo calma todos tus sentimientos. Cuando pierdes la noción del tiempo y los minutos se convierten en años, y los años en siglos. Cuando todo esto y más sucede es cuando te das cuenta de que los amigos son parte de tu familia.

Después de muchas noches en vela, algún que otro café y hartarme a llorar he llegado a una conclusión: no te necesito en mi vida. Hace mucho tiempo que dejaste de cumplir los requisitos necesarios para ser mi amiga, para ser como de mi familia. Intento no guardarte rencor, quedarme con los buenos momentos, cuando de verdad sí estuviste ahí. Pero en la balanza de la coherencia la insolencia gana a la bondad. Todos los grandes desprecios que me has llegado a hacer. Todas las viles mentiras que han podido habitar durante tanto tiempo en tu cerebro para después salir en forma de misiles por tu boca. Todas las excusas estúpidas dadas, sin fundamento alguno. Todas esas palabras que se las llevó el viento para hacérselas llegar a mi corazón. Todos esos sentimientos aparentemente fingidos, que aún mi mente recuerda. Toda la soberbia que reina en el reino de tu ingratitud.

No sé si llegarás a leer mis palabras y si detrás de ellas sabrás ver mis sentimientos. No sé si te darás por aludida, aunque en verdad me da igual. No sé si me pedirás explicaciones o si pasarás olímpicamente, una vez más. No sé qué pensarás, ni siquiera qué sentirás. Lo único que sé es que necesitaba hacer esto, desahogarme. Necesitaba sacarte de mi vida, quitar un lastre que lleva atormentándome tanto tiempo. Necesitaba darme cuenta de que te hacías llamar amiga cuando en verdad eras una conocida. Necesitaba darme cuenta que no eres la mala del cuento, pero mucho menos la buena. Necesitaba liberarme. Necesitaba volver a ser yo, para darme cuenta de quiénes no fueron ellos. Necesitaba luchar por mis sueños, aquellos en los que tú ya no apareces.

No te deseo ningún mal, más bien lo contrario. Intento no guardarte ningún tipo de rencor, no dejar que los recuerdos negativos me dominen. Me quedaré con los buenos, aquellos que consiguieron hacerme feliz tantas veces. Te recordaré como la chica que conocí en aquel viaje que fue el inicio de una posible amistad. Aquella chica que ya no veo en ti, no consigo reconocerte. Mas, espero que algún día aquella chica regrese y sea capaz de pedir perdón.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Everytime

Siempre he querido tener a mi lado a una persona que me aportara todo aquello que pudiera faltarme. Que me quisiera como el primer amor sin tener claro que fuera a ser el último. Que confiara en mí, aunque yo no parase de cagarla una vez tras otra. Incluso, llegué a imaginarme a esa persona perfecta. Llegué a imaginarla muchas veces, tantas como las que llegué a enamorarme. Con cada amor una nueva ilusión y posteriormente una desilusión. No diré que en todas las ocasiones no pensé que sería él, porque sí lo hice. Pero después me he dado cuenta de que no. Cada persona te aporta una cosa distinta, no por ello menos importante. Cada una te enseña una lección nueva y te recuerda otra vieja. Te demuestra cuál es el significado de la palabra amor en todas sus posibilidades, más bien, lo hace a su manera. Te hace ser quién eres, gracias a que forma una pequeña gran parte de ti. Te devuelve la ilusión perdida en una de esas tantas batallas en las que fuiste vencido. Te da una de cal y otra de arena. Incluso habrá momentos en los que creas que le das igual, que tu existencia es mísera para su vida. Pero estarás equivocado, es solo una simple fachada, pues llegaría a dar por ti todo lo que estuviera en sus manos con tal de verte sonreír una vez más. Y en los momentos malos, cuando lo bueno se acabe, estará a tu lado. 


Un dicho muy conocido dice: ‘No se sabe lo que se tiene hasta que se pierde’. Siempre he creído que tenía razón, aunque muchas veces me he dado cuenta de lo que tenía mucho antes de perderlo. Cuando lo pierdes es cuando el miedo te consigue paralizar, pero no está todo decidido. Aun se puede dar el máximo para conseguir un mínimo, una muestra de resquicio de lo que hubo en su día.




lunes, 12 de noviembre de 2012

I was here

- ¿Y si todo lo que has vivido hasta ahora fuera mentira?

- ¿Qué quieres decir?

- Me refiero a que tal vez la vida no es como tú la ves. Quizá todo se resume a ser producto de tu poderosa imaginación. Puede ser que no observes la realidad, sino que te la inventes según te convenga. Omites partes que son necesarias para llegar a crecer mucho más como persona, para superarte una vez más. Sin embargo, otras las publicas hasta en el más recóndito lugar existente. ¿Qué sentido tiene?

- ¿Tratas de persuadirme en mi propósito de marcharme y dejarlo todo atrás?

- No, pequeña. Trato de que te des cuenta de lo que realmente es la esencia de la vida.

- ¿Y qué es?

- Estamos aquí por una razón desconocida. El recibimiento no es el mejor del mundo, venimos despojados de cualquier tipo de protección. Estamos solos, al igual que cuando nos vayamos. Somos resultado de un ser superior, dicen. Realmente creados debido a una magnífica danza sexual llamada amor, dicen de nuevo. Crecemos y con ello nos volvemos estúpidos. Sí, rematadamente estúpidos. Algunos consiguen destacar mostrando su parte más oculta, aquella que solo unos privilegiados tienen. Somos versátiles, tan pronto buenos como malos, pero siempre humanos. Seguimos distintos trazos del camino para llegar a un destino final. Muchos creen que es la muerte, esa tan irremediable, mas yo creo que el destino final es haber vivido. Sí, oyes bien, haber vivido. Poder decir: ‘Yo estuve ahí, yo viví, yo amé’. No ser necesario contar las vivencias para apreciar quién tiene más o quién tiene menos, sino intentar recordarlas una a una reviviendo cada mísero sentimiento, por muy banal que sea. Dejarse llevar, no perder la libertad del alma. Vivir con un joven siendo viejo y, en ocasiones, pensar como un viejo aun estando en la flor de la vida, pues en la experiencia reside la sabiduría. Rozar con la yema de los dedos las pasiones, no frenar a los impulsos y alcanzar el éxtasis sintiéndose vivo, jodidamente vivo. Pensar que no queda mañana para vivir el hoy. Compartir la vida, tu vida, con las personas que hacen cada capítulo de ella. Y por último, pero no menos importante, no arrepintiéndose de los errores cometidos, no serviría de nada. Somos débiles y frágiles, por mucha fuerza que demostremos en el día a día. Somos humanos, carecemos de elementos sobrenaturales que nos faciliten nuestro camino. Arrepentirse de lo hecho no hace menos evidente el fallo cometido, ni calma nuestra conciencia. Ser consciente del error y repararlo es lo que realmente nos hace crecer y madurar. Que una batalla perdida no suponga el fin, sino una bonita lección.

jueves, 4 de octubre de 2012

Pensando en pensarte

Y después de tanto tiempo vuelve a entrar en tu vida esa persona que un día formó gran parte de ella. Está arrepentida, sabe que ha hecho mal y lo asume, mas tal vez sea demasiado tarde para poder perdonar. En un instante la razón tiene un duelo a muerte con el corazón. ¿Quién vencerá? ¿Será necesario coger la balanza de la coherencia para equilibrar los malos momentos con los buenos? 

La vida es una dura prueba en la que nos embarcamos sin saber las razones. Venimos solos y nos vamos igual que vinimos. No nos dan ningún manual de instrucciones, ni siquiera nos dejan una vida de prueba como en los videojuegos. Algunos no logran ir superando los niveles, son más fuertes que ellos mismos. Otros dan tumbos de un lado para otro sin un rumbo fijo en toda su existencia. Y por último están los valientes, esos que saben que es una camino de rosas con las espinas muy afiladas pero que no se achantan. Luchan disfrutando de cada día como su fuera el último.

Yo no sé de qué tipo de personas soy, la verdad. Aunque si sigo aquí significará algo, querrá decir que aún no me he rendido. Seguramente será por mi gran cabezonería, no me sorprendería. Sólo hay una cosa que sí tengo clara: prefiero pedir mil veces perdón que pedir una sola permiso.

Los humanos tenemos la constante manía de cagarla una vez tras otra. Tropezar con la misma piedra más de una vez, incluso más de tres. Nos equivocamos sin darnos cuenta o siendo totalmente conscientes, pero lo hacemos. Siempre me han dicho que las segundas partes nunca fueron buenas, pero cuando quieres a una persona que te hizo tantísimo daño... ¿Será aconsejable darle una segunda oportunidad? Tal vez haya cambiado, quién sabe. Lo que no se puede hacer es juzgar sin conocer. El dolor, al igual que el miedo, paraliza. Si esa persona en su día te dio una infinita cantidad de buenos momentos que aún se conservan en la caja de los recuerdos, ¿Por qué no intentarlo de nuevo? Será duro, sí. Mejor dicho, será jodidamente duro, pero es lo único que tienes. Podrías echarla de tu vida, castigarla por la eternidad por su 'horrible crimen', mas lo que nunca podrás hacer es sentirte mejor por no saber perdonar y mucho menos olvidar. 

He cometido muchos errores a lo largo de mi corta vida, muchísimos. He sido estúpida, he jugado con los sentimientos de los demás y he hecho como si todo a mi alrededor me diera igual. He juzgado de antemano sin conocer a la persona. He tratado mal a otros que tal vez me han tratado con sumo cariño. He hecho daño a aquellos que me quieren, también les he hecho llorar. He actuado como una niña pequeña que sólo es capaz de luchar por su propia felicidad. He sido egoísta  incluso maleducada. He sido muchas cosas que pueden rondar tu mente, incluso otras que jamás se te pasarían por la cabeza. No podría decir que he sido una persona modélica, que he sido más buena que el pan, porque entonces estaría siendo hipócrita. Lo que sí podría decir es que todo lo que he hecho mal me ha servido para aprender y madurar. Un mal acto equivale a una buena lección si se sabe ver el fallo. No diré que siempre fui capaz de pedir perdón, he de reconocer que en ocasiones mi orgullo me domina.

En ocasiones no fui capaz de dar una segunda oportunidad a aquellos que me la pidieron, no me vi preparada. Ahora en algunos casos me arrepiento de no haberlo hecho, pero todo tiene una razón. Nada de lo que pasa es por casualidad. Todo lo que ocurrió en mi pasado sucedió porque tenía que ser la persona que ahora mismo soy. No estoy orgullosa de muchas cosas que hice, pero tampoco me avergüenzo. Son una parte más de mí, esa que ahora es sólo un viejo recuerdo que me sirve para no volver a tropezar.

Cuando te pidan una segunda oportunidad valora los buenos momentos junto con los malos. Valora cuánto mal te hizo esa persona y si en verdad te merece la pena. Piensa que si decides perdonarla deberás dejar todo atrás. No tendrás que echarle en cara todo lo que hizo o lo que dejó de hacer, sino apoyarla. El hecho de discutir con ella no te hará ser mejor persona, ni tampoco calmará tu dolor. Y por último, trata de ponerte en su lugar. En su día tú también te equivocaste y seguro que deseaste que te dejaran demostrar que cambiaste. Trata a los demás como quieras que te traten a ti.

sábado, 28 de julio de 2012

Good feeling


- ¿Qué pasa si una carga negativa se junta con una positiva?
- Que deberían de atraerse, ¿No?
- Correcto, eso me pasa a mí contigo.
- Pero... Tú y yo no somos opuestos. Es más, al revés, somos muy parecidos. No entiendo qué quieres decirme.
- Pequeña, ¿Tú eres totalmente igual en ambas mitades del cuerpo? ¿Tus dos ojos son idénticos?

- No, supongo que no. Siempre hay una pequeña diferencia, aunque en mi caso están equilibradas ambas mitades.
- Ahí quería llegar... Nosotros no somos iguales, sino parecidos. Hay cosas que nos diferencian, que nos hacen ser únicos. Sin embargo, nos compenetramos bien.
- ¿Y también tenemos "feeling"?

- Claro, cómo no. Aunque hay algo que el resto de hombres no tienen y yo sí.
- ¿Y qué tienes?
- A ti.

viernes, 1 de junio de 2012

Breath of life

- Quiero cambiar mi vida dándole un giro brusco de 360º.

- ¿Y cuál es la razón?

- Estoy cansada del qué dirán. Cada acto hecho es la escusa perfecta para alimentar mentes hambrientas. Cada lágrima vertida es un océano en el que el más valiente náufrago conseguiría ahogarse. Cada palabra gritada esconde tras de sí una historia sellada bajo unos labios que no saben qué más decir. Cada suspiro es una llamada de auxilio para unos oídos que parecen estar sordos. Cada abrazo no dado que congela uno a uno mis huesos. Cada muesca de dolor producida en mi piel podría considerarse una marca más de guerra. Cada beso que con él iba acompañado mi corazón. Cada mirada que hizo derretirme cuando el frío más severo reinaba. Cada canción que no hace más que recordarme uno a uno todos los momentos de mi vida. Cada sueño que no consigue realizarse porque en su día me prometieron el cielo y ahora sólo tengo un abismo. Cada sonrisa que habita en lo más recóndito de mi armario esperando para ser utilizada cada mañana. Cada adiós que después no significó un hasta luego, sino un hasta nunca. Cada persona que pasó por mi vida y dejó su pequeña huella. Cada recuerdo que aún consigue hacerme ilusión. Cada sábana que roza mi cuerpo y anhela el poder rozar a otro cuerpo distinto. Cada libro que hizo que esa historia también fuera la mía. Cada obra de teatro en la que yo no soy la protagonista, ni siquiera una actriz secundona. Cada minuto perdido en balde. Cada viento que ha jugado con mi cabello hasta hacerle volverse loco. Cada cesped que ha hecho cosquillas a mis pies descalzos. Cada secreto oculto en un confre perdido por mi cerebro. Y por último... Cada uno de los detalles que han hecho mi vida hasta entonces.

- Entiendo... Pero no todo lo que has dicho es malo, hay cosas buenas. ¿Por qué cambiarlas entonces?

- Porque siempre he creido que ser una zorra era caer muy bajo, pero con el tiempo me di cuenta de que si no pisas a alguien, te pisan a ti. Este es el mundo en el que vivimos, ser buena persona puede confundirse con ser imbécil. Me creí distinta al resto, juro que de verdad lo creía. Sin embargo, tengo las mismas necesidades que ellos. Necesito el oxígeno para respirar, la comida para vivir, el agua para no deshidratarme y dormir para no carecer de energía. Mas... Anhelo ser tratada como una princesa y no como una zorra.

viernes, 11 de mayo de 2012

Eres perfecta

Hace no mucho que la conocí y si he de ser sincera, le calé desde el principio. A simple vista parecía algo borde, pero siempre he dicho que no me dejo llevar por las primeras impresiones y aún lo mantengo. Así fue como debajo de esa pequeña coraza descubrí a una gran persona con un corazón que no le cabe en el pecho... Y eso que pecho tiene mucho.

Se las da de dura, toda una mujerona, pero no la crean puesto que es más blanda que el peluche de mimosín. Tiene un gran carácter, se le oye a kilómetros, aunque no causa tantos destrozos como un huracán. Pese a todo es tranquila. Sí, como oyen, tranquila. Es inteligente y espabilada, pocas veces se le escapa algún detalle. A no ser que vaya ebria, ahí la cosa cambia. Tiene una sonrisa preciosa, es capaz de animarte el día con su simple reflejo. Sus palabras son su mayor arma, siempre sabe qué decir y qué hacer. No es muy mayor, mas su cabeza está bien amueblada. Me cuida como una hermana mayor, siempre puedo contar con ella. Es divertida, graciosa y, porqué no decirlo, algo payasa. Pero siempre, sin excepción alguna, siempre es ella misma.

Todos tenemos días buenos y días malos, es comprensible, pero no me gusta verte mal. Me gusta cuando eres feliz y lo único que se oye a kilómetros es tu risa y no tus gritos. Me gusta cuando me escuchas, pones caras raras, me das tu punto de vista y yo te contradigo. Parecemos madre e hija, puede parecer que a mí me da igual lo que digas pero en verdad lo tengo muy en cuenta. Me gustan todas esas noches que hemos pasado juntas metidas en la bodegilla riéndonos sin parar. Me gusta cuando te caes y nos miras a todas acordándote de lo más sagrado, nosotras nos reimos y finalmente tú también. Me gusta cuando haces que las cosas parezcan tan fáciles como coger un lápiz y un papel y comenzar a escribir cómo quiero que sea mi vida. Me gusta cuando son las tantas de la mañana, está amaneciendo y para nosotras aún la noche es joven. Me gusta cuando te veo feliz, porque sé que te lo mereces de verdad. Me gusta cuando confías en ti misma y te atreves con todo. ¿Pero sabes qué es lo que más me gusta de todo? Que estés a mi lado.


jueves, 3 de mayo de 2012

Divagando, divagando, triunfé pensando

Es duro repasar mi vida de cabo a rabo, recapitulando todos aquellos momentos que han dejado una huella en mi interior. Por más que lo pienso, no consigo recordar algo que aún conserve. Tal vez sí lo haya, no lo sé.

Últimamente me he preguntado muchas veces porqué he dejado de escribir, porqué ya no tengo la ilusión que siempre tenía. No sé cuál es la respuesta, la verdad. Ni yo misma la sé. Sólo tengo claro que no soy la misma de antes, que algo dentro de mí ha cambiado. Podría decirse que mi "alma" ha evolucionado como si de un pokemon se tratase o también podría decirse que mi pequeña neurona al fin ha sido capaz de dar un paso más allá y madurar. Quizás esté equivocada y lo único que me pasa es que cada día me vuelvo más loca. Puede ser, no digo que no. Mas amo mi pequeño gran mundo lleno de locura. Los masocas son personas que disfrutan con el dolor, yo me siento mal y sigo disfrutando. ¿Eso quiere decir que soy masoca o simplemente que soy idiota? Seguramente sea una mezcla de ambas. Sí, estoy segura.

Dicen que todos los caminos llevan a Roma, yo en su día estuve allí. Mi mente posee cientos de pensamientos fugaces que parten de sitios distintos, mas ninguno consigue llegar al mismo punto. Creo que por el camino se entretienen con otros menesteres. ¿Cuáles? No consigo saberlo. Por suerte o por desgracia aún no adivino el futuro, sino estaría en la televisión estafando a pobres inocentes o comprando décimos de loteria como una posesa.

martes, 1 de mayo de 2012

Quien bien te quiere te hará llorar

Nunca he sido una niña problemática, no les he dado muchos quebraderos de cabeza a mis padres. Sin embargo, cuando hacía algo mal siempre me decían lo mismo: quien bien te quiere te hará llorar. Al principio no entendía qué querían decirme con eso y entonces volvían a decirme una de sus frases: cuando seas mayor lo entenderás. No sé si ahora soy lo suficientemente mayor como para entenderlo, pero creo saber qué querían decirme.

Una persona que de verdad te quiere, se supone que jamás querrá tu mal y por lo tanto no querrá verte llorar. Pero... ¿Y si es necesario que llores para que espabiles?

También me solían decir que se cogía antes a un mentiroso que a un cojo. Siempre lo he visto difícil, hay mentirosos muy buenos que saben enmascarar una mentira durante años. Pero también hay cojos muy rápidos, así que tal vez tenían razón.

Creo que poco a poco voy llegando al quid de la cuestión. Cuando mis padres me reñían y yo lloraba desconsolada, no lo hacían para hacerme daño, sino para enseñarme que hay ciertas cosas que no está bien hacerlas. Si no me hacían "daño", yo nunca llegaría a entenderlo. Lo que un día fueron lágrimas, ahora son sonrisas.

Muchas veces una verdad es cruel y dura, pero una mentira es mucho más retorcida.

sábado, 3 de marzo de 2012

Lo que no te mata te hace más fuerte

Estoy cansada del día a día, de los lloros desconsolados, de las palabras mal dichas y peor oídas, de las sonrisas sin ningún fondo detrás, de los reproches guardados durante años y que ahora salen a la luz, de los desprecios, de las mentiras, de las medias verdades y de la falsa sinceridad, de mi familia, de ciertos "amigos", de todo aquello que me rodea y poco a poco me agobia más, de los estudios, de el estrés, de el miedo, de la falta de libertad de expresión y de una pizca de libertinaje que haga la vida un pelín más sencilla.

Muchas veces me he preguntado porqué la vida es tan hija de puta conmigo y nunca he llegado a una conclusión que me convezca de verdad. Lo único que he descubierto es que no sólo lo es conmigo, miro a mi alrededor y mi pequeña montaña de problemas no es nada comparada con la de otras personas. Siempre me dijeron que las comparaciones eran odiosas, pero en ciertos casos son necesarias para poder abrir los ojos y ver qué te rodea, qué haces mal y qué deberías mejorar o directamente cambiar.


lunes, 20 de febrero de 2012

¿Y qué pasará después?

¿Qué se sentirá al estar muerto? ¿Cómo será la muerte? ¿Habrá algo más después de ella o nos morimos y ya está? ¿Cómo será el último aliento respirado? ¿Se verá la luz al final del tunel? ¿Habrá final en ese tunel? ¿Nunca te has preguntado qué es la muerte? Yo sí, lo hago a diario.

No tengo mayor interés por saber qué se siente estando muerto, aunque es un tema que me intriga y que de poder estudiarlo estando vivo sería apasionante. Tal vez la muerte sea algo inventado por el hombre, algo totalmente artificial, o tal vez ni siquiera exista y estemos sumidos en un profundo letargo. ¿Sería muerte un sinónimo de despertar? Quién sabe, tal vez sí o tal vez no.

¿A dónde van a parar todas las personas que se mueren? Siempre me han dicho que cuando una persona muere su alma va al cielo. ¿Qué pasa allí arriba, es todo gratis y la gente está feliz? ¿O es que les retienen en contra de su voluntad y por eso ninguno ha vuelto? Ahora que he crecido algo más, también me han dicho que el alma va allí arriba porque es el mundo de las ideas y que allí está su casa. Necesita liberarse de esa horrible prisión llamada cuerpo, por eso vuela alto hasta desaparecer.

Sinceramente, yo no me creo nada. No sé qué habrá después de la muerte, me gustaría saberlo y poder resolver uno de los grandes misterios de la humanidad. Pero siento decirlo, no soy Einstein, ni Copérnico, ni Galileo, ni Da vinci, ni siquiera Maquiavelo. Seguiré con mi vida, ya que es lo único seguro que tengo.


viernes, 10 de febrero de 2012

Un día como otro cualquiera si no fuera hoy

Hoy es uno de esos días en el que hubiera sido mejor quedarme durmiendo tan tranquila en mi cama que levantarme y enfrentarme al mundo real. Me gustan más mis sueños, puedo crearlos según mi gusto, a mi manera. Con la vida real es distinto, muchas veces no soy yo la directora ni la protagonista de mi vida, sino una simple actriz secundona con un par de frases sin importancia.

domingo, 5 de febrero de 2012

Co-razones

Siempre he tenido miedo de enamorarme, sentir algo más que amistad por una persona, jugármelo todo a una sola carta y perder en el intento. Durante un tiempo he caminado a tientas, sin saber hacia dónde me dirigía, cuál era mi destino o qué narices me esperaba allí. Llegué a pensar que nunca sería feliz, pues la felicidad parecía ser el invento de los irónicos, tan pronto la tienes como tan pronto se va. Y ahora... Ahora todo es distinto gracias a él.

El tiempo a su lado es efímero, por más que trate de pararlo no consigo hacerlo, mas eso no impide exprimir cada segundo como si fuera el último. Su sonrisa es la más bella jamás vista por el hombre, tan perfecta y enigmática como que pintó en su día Da vinci. Me vuelve loca cuando me sonríe y me llama guapa, cuando en verdad el guapo es él. Su nariz suele tener un tono rojizo, es divertida y me inspira ternura. Suele juntar su nariz con la mía para darme pequeños besos de esquimal. Su mirada es especial, ya que una mirada achocolatada suya llena mi vida de colores. Sus labios son carnosos, suaves y dulces. Están llenos de lujuria  pasión y pecado. Me gusta besarle y morder su labio inferior. Sus manos son largas y finas, incluso se notan los huesos. Siempre están frías, ya se sabe lo que dicen... Manos frías, corazón caliente. Su cuello es tan sensible que un simple beso consigue ponerle la piel de gallina. Sus abrazos son cálidos, llenos de cariño y protección, cuando estoy entre ellos me siento como la única chica en el mundo. Es más alto que yo, pero no consigue alcanzar a la luna. Me divierte subirme a un escalón, rodear su cuello con mis brazos y decirle que soy más grande que él. Su risa es melodiosa, antes de hacer apto de presencia se queda pensativo y no puede evitar mirarme. Yo le miro curiosa y le sonrió pícara, ambos no podemos aguantarnos las ganas de reír sin temor a que la gente nos tache de locos. Seguramente tendrían la razón y a nosotros nos daría igual.
No sé qué nos deparará el futuro, sé su pasado y él el mío, pero me gustaría vivir el presente juntos. Nunca nadie me había dado tanto cariño en tan poco tiempo, ni me había hecho sonreír tanto sin cansarme, ni siquiera me había besado con tanta pasión. Antes solía estar triste, no tenía ganas de sonreír y llorar de tristeza podría considerarse un vicio, pero ahora todo es distinto. Sonrío gracias a él, a sus besos, sus caricias, sus abrazos, sus miradas, sus sonrisas, sus te quiero, pero es un secreto, sus te echo de menos y te acabo de ver, sus piropos más sentidos, sus tonterías que consiguen alegrarme el día o su compañía.

Stand by me

Mamá siempre me ha dicho que le tengo que tratar con muchísimo cariño al abuelo y que tengo que jugar todos los días con él. Me lo dice como si fuera muy difícil de hacer, pero a mí me parece sencillo.

El abuelo tiene 60 años, pero sigue teniendo la vitalidad de un niño, incluso más que yo y eso que sólo tengo nueve años. Es una persona muy alegre y siempre está contento y sonriendo. Nunca le he visto llorar y espero que no lo haga, porque me gusta verle sonreir y reirse. Desde que era muy pequeñito juego con él a aprender palabras nuevas, yo digo una y él la repite hasta que ambos la aprendemos. Después de cada juego escribimos todas las palabras en las puertas de mi armario para así recordarlas siempre. Me resulta un juego muy divertido porque de aquí a un par de años sabremos más palabras que el diccionario. Me encanta estar con él y darle besos hasta cansarme, también le doy muchísimos abrazos muy fuertes para que no se sienta solo y sepa que le quiero. A veces, aunque sólo a veces, el abuelo se pone muy nervioso y grita. Mamá me pide que le de un abrazo y un beso en la mejilla porque así se calmará. Cuando pasa esto, el abuelo me mira con los ojos llenos de brillo e intenta sonreírme, acepta mi abrazo y al poco tiempo se tranquiliza. Mamá me mira orgullosa porque le obedezco y le ayudo con el abuelo. Yo me pongo contento porque mamá confía en mí y sabe que me estoy haciendo todo un hombrecito.

Hoy tengo que ir a casa del abuelo, hace días que no le veo porque está algo malito y le echo mucho de menos. Añoro su pícara sonrisa y nuestros juegos al igual que sus abrazos y sus besos. Mamá ha venido a decirme que hoy no podré verle, que tengo que esperar un día más y que mañana le veré porque el abuelo no se encuentra bien y necesita descansar durante todo el día. Yo me he enfadado y me he ido llorando a mi cuarto. Mamá me ha seguido y me ha pedido que no llorase, que mañana le vería y podría jugar con él. Yo no le he creído y ella se ha ido sin decirme nada más. Aunque se piensa que aún soy un niño, yo sé que soy todo un hombrecito y me he dado cuenta que tenía las mejillas calientes, rojas y humedecidas. Sé que ha estado llorando y sé que tiene que ver con el abuelo, no he podido esperar más y he ido a hablar con ella. Le he pedido que me dejara ver hoy al abuelo, que no jugaría con él si estaba cansado, pero que necesitaba verle porque le echaba muchísimo de menos. Incluso le he prometido que me portaré muy bien y que le ayudaré más en todo lo que me pida. Ella me ha mirado tiernamente y ha accedido, aunque me ha recordado que tengo que dejarle descansar y que sólo estaremos un par de horas.

Cuando he montado en el coche estaba muy nervioso y las piernas no dejaban de temblarme, parecían estar divertidas tentando a mi equilibrio y perturbando mi tranquilidad. He visto la casa del abuelo a lo lejos, mamá ha parado para aparcar y yo he salido corriendo. Ella no sabe que tengo llaves, pero me las dio el abuelo para visitarle cada día después del colegio y así poder estar más rato juntos. He subido corriendo a su casa y le he visto tumbado en la cama. Parecía estar dormido, pero cuando me ha oído ha levantado la cabeza y me ha mirado sonriendo. Yo me ha acercado y le he dado un fuerte abrazo.

- Abuelo, ¿Te encuentras bien?

- Bien...

- Abuelo, hoy no podemos jugar a aprender palabras nuevas, mamá ha dicho que necesitas descansar, pero no te precupes porque mañana sí podremos jugar.

- Gracias.

Esa palabra, la había dicho más veces y es una de las que me enseñó cuando era más pequeño. Me emocioné muchísimo y le abracé aún más fuerte. En ese momento mamá entro por la puerta y nos observó divertida, le dio un beso al abuelo y se sentó en la silla de al lado. El abuelo me hizo un hueco en su cama, me quité los zapatos y la chaqueta y me metí con él. Sin quererlo, me fui quedando dormido poco a poco.

- Papá, el niño no podía esperar a verte, tenía muchas ganas. Sé que acordamos que no le contaríamos nada para que no sufriera y que le explicaríamos todo como si fuera un juego, pero va creciendo y poco a poco se va dando cuenta de la realidad.

El abuelo sonrió y la miró alegre, quería a su hija y entendía la situación, por raro que pudiera parecer. El paso de los años hacía mella en su salud, pero eso no le quitaba las ganas de seguir luchando como había hecho toda su vida.

- Ayer llegó del colegio ilusionado, me dijo que la profesora le había preguntado qué quería ser de mayor y él le contestó que quería ser como su abuelo. Como tú, papá. Les contó a sus compañeros que jugabas todos los días con él y que eras muy inteligente porque te sabias muchas palabras, las cuales le repetías para que él también las pudiera aprender. También les contó que aunque parecías una persona muy tímida y reservada, porque a menudo sueles estar apartado del resto de personas, con él eres muy cariñoso y agradable.

El abuelo no pudo evitar llorar, aunque no lo hacía por tristeza, sino por felicidad. Estaba orgulloso de su pequeño nieto. Le miró con ternura y cariño y le abrazó acercándolo más a él. Se secó las lágrimas y le dio un suave beso en la frente para no despertarle. Cerró los ojos y se quedó dormido junto a él.

martes, 24 de enero de 2012

Todo irá bien (parte 5, final)

Estaba sola con Hugo. Me costaba mirarle, verle así me producía un dolor intenso y punzante. Me acerqué a la cama y me apoyé en la esquina. Le rocé el rostro con mi mano. En ese preciso instante volví a recordar todos los momentos vividos con él. Cada frase que me dijo resonaba con fuerza en mi cabeza. Cada mirada y cada sonrisa que me regaló hacían revivir a mi dolorido corazón. Le miraba, no dejaba de hacerlo. Me incliné hacia él.
- Te quiero...- Le susurré en el oído.
Lágrimas azotaban mi rostro sin ninguna contemplación. Miré mi colgante y lo besé. Cerré los ojos y deseé con fuerza lo que más quería, a él. Un pitido constante interrumpió mis pensamientos y me sobresalté. No podía estar pasando, no era posible.
- ¡Nooo! ¡Hugo! ¡No te vayas! ¡Te necesito!- Me abalancé a sus brazos, no podía dejar de chillar y llorar.
Sus padres y su hermana entraron corriendo en la habitación con el médico. De repente, la habitación se llenó de médicos y enfermeras. Su familia estaba destrozada, no soportaba ver todo eso. Una enfermera me apartó de Hugo. Yo me resistí todo lo que pude, pero me separaron de él. Se estaba yendo… Se moría. Estaba entrando en una parada cardiaca, según les escuchaba decir a los médicos. Mis oídos retumbaban en medio de tanta agitación y desconcierto. Nos sacaron a todos de la habitación, a excepción de los médicos. La espera fuera fue eterna. Yo estaba tirada en el suelo, encogida en mí misma llorando. Miraba al suelo, dejaba mi mirada pérdida en él. Tenía miedo, me temía muchas cosas y ninguna de ellas me agradaba. Los médicos iban y venían por los pasillos. Murmuraban entre ellos y se volvían a ir. Al final del pasillo estaba el médico que había hablado con los padres de Hugo. Venía hacia nosotros.
- Lo siento… Hemos hecho todo lo posible.

- ¡No! ¡Mi pobre niño!- Gritaba su madre
No pude más, hui. Sentía un gran vacío en mi interior. Un dolor intenso me golpeaba en el pecho como si miles de agujas se clavaran en él. Me costaba ver por donde andaba. Las lágrimas me impedían ver el camino. Estaba desorientada, no sabía donde ir. Sólo se me ocurrió un lugar, el nuestro.
Mis pasos se perdían en la soledad. Me senté en el banco de siempre, subí una pierna encima de la otra, cerré los ojos y me balanceé hacia delante despacio. Intenté dejar la mente en blanco, pero el dolor pudo con mis intenciones. Ahora venían a mí más recuerdos. Recuerdos que antes parecían insignificantes y que ahora lo eran todo. Abrí los ojos y miré al cielo. Una fina brisa me rodeó y sentí como me abrazaba. El frío rozaba mi nuca y un escalofrío me recorrió entera. Era él, estaba segura. Cogí el colgante entre mis manos y me lo acerqué al corazón.

- Esto no es una despedida… Siempre estarás vivo en mí. Tengo la esperanza de volver a verte algún día y sé que así será. Recuérdalo, te amo.

Todo irá bien (parte 4)

Un nuevo día comenzaba ante mí. El susurro del viento azotaba las ventanas. Hice el mismo ritual de siempre: despertarme entre regaña dientes, ducharme, vestirme, desayunar e irme al insty. La música se deslizaba por mis oídos de camino a clase. Esa canción me encantaba: "With you" de Chris Brown. Me traía tantos recuerdos y todos ellos los guardaba en lo más hondo de mi corazón con cariño.

Las clases se me hicieron eternas. Miraba el reloj sin cesar, y la aguja siempre estaba en el mismo punto. Había esperado una semana, ya no podía más, necesitaba verle. Durante la semana habíamos hablado todos los días, pero no era suficiente. Mi ansia no se saciaba. Salí corriendo cuando oí el timbre que indicaba el final de las clases. Estaba entusiasmada, llena de vida. Deseaba llegar cuanto antes a nuestro lugar y verle.

Llegué justo a tiempo, ni un minuto más ni un minuto menos. Me senté en un banco y le esperé impaciente. Los minutos iban pasando y Hugo no aparecía. Le llamé al móvil una y otra vez, estaba apagado. Intenté tranquilizarme y pensar que estaría ocupado, pero todo me resultó muy extraño. Él siempre solía tener el móvil encendido. Le esperé intranquila sentada en el banco con las piernas encogidas hacia mi pecho y agarradas con mis brazos. Estaba nerviosa, algo me decía que las cosas no iban bien. Una hora pasó y consigo otra más. Las lágrimas recorrían mi rostro. Mis ojos se perdían en la tristeza y la incertidumbre. No podía esperar más en aquel lugar. Decidí ir a su casa, igual estaba allí o sus padres sabían algo de él.

Corrí todo lo que pude y más. Llamé a la puerta y me abrió su hermana entre lágrimas.

- Carolina, ¿Qué te pasa?... Un momento… ¿Tú sabes dónde está Hugo?- Un horrible escalofrío recorrió mi cuerpo, me temía lo peor.

- Laia… Mi hermano… Ha tenido un accidente de coche- Logró decir entre sollozos.
 No podía creérmelo, no quería. Estallé, no podía más. Lloré, no podía dejar de llorar. Me sentía desprotegida, sola. Sentía un fuerte dolor en el pecho. Mi corazón quería escapar, huir lejos. Sentía el dolor en lo más hondo de mi alma. No tenía miedo, sino pánico.

- No… ¡No! No es cierto. Dime que es mentira. ¡Dímelo, por favor!- Le chillaba, no quería hacerlo, pero la situación me superaba.

- Laia… Es cierto. Sé que te duele, pero a mí también. Es mi hermano, le quiero- Unos ojos rojizos y llorosos ocultaban la belleza de su rostro. Me miraba y lloraba.

- Se va a poner bien, ya lo verás. Hugo es fuerte- La abracé fuerte, muy fuerte. Le di un beso en la mejilla e intenté tranquilizarla.

- No lo entiendes… Nos ha llamada hace un par de horas la policía. Le han encontrado en la autopista, volvía de hacer unas compras en la ciudad. Un coche se despistó conduciendo y chocó contra él. El impacto fue desastroso. Tardaron en sacarle y… Está en coma.

- ¿¡Qué!?- Un cúmulo de emociones se apoderaban de mí. No sabía qué decir o qué hacer- ¿Podemos ir al hospital?

- Sí, mis padres están allí. Han ido nada más recibir la llamada de la policía. Yo me he quedado aquí, porque no sabía cómo actuar. Y tenía la esperanza de que todo fuera una pesadilla, pero es real.

Cogimos un taxi y fuimos al hospital. Entramos andando despacio, pero ambas estábamos alteradas. Por el camino, Carolina me contaba todos los detalles del accidente. Me costaba mucho entenderlo todo, era muy duro. Dicen que la verdad duele, pues ésta me estaba desgarrando el alma. Subimos juntas en el ascensor, no había nadie más. Nos agarramos de las manos y nos abrazamos. Las lágrimas eran constantes, no cesaban en ningún momento. La tristeza nos inundaba por completo. Las puertas del ascensor se abrieron de par en par y salimos ansiosas. Recorrimos el largo pasillo de la planta en la que estaba Hugo. Su habitación era la del final a la derecha, la 324. No sabíamos si los médicos nos dejarían entrar o no, pero no queríamos perder tiempo en averiguarlo. El pulso me temblaba cuando hice ademán de abrir la puerta, no podía empujarla o no quería hacerlo por miedo. Tomé fuerzas de donde no las había y abrí la puerta.
Era él, Hugo. Estaba conectado a una máquina que no paraba de hacer un incómodo pitido marcando los latidos de su corazón. Tenía un vendaje en el brazo, se lo había roto. Había otra máquina conectada a él por medio de un tubo que le ayudaba a respirar. Tenía los párpados cerrados. No podía ver sus ojos, su color verdoso; el color de la esperanza, la que ahora tanta falta me hacía. Carolina abrazó con rapidez a sus padres, que estaban sentados en los dos asientos que había en una esquina de la habitación. Los tres se pusieron a llorar, esto debía ser muy doloroso para ellos. Estuve hablando con ellos un rato y después decidieron salir afuera para hablar con el médico.

 

Todo irá bien (parte 3)

- ¡Laia, despierta! Toma- Me sobresalté, no esperaba que subiera tan rápido. Cogí la botella de agua y me senté en la cama de forma que le dejará espacio a él también.

- ¡Aisss! Con lo bien que estaba yo tumbada, eres malo. ¿Sabías?- Le dije intentando ser pícara.

- Sí, soy muy malo. Tanto, que no te voy a dejar de hacer cosquillas en todo el día. Y yo si fuera tú, correría.

No pude salir corriendo, porque me agarró antes de que pudiera escapar. Me recorrió todo el cuerpo en busca de cosquilla y de algo muy preciado para él, mi sonrisa. Hubo un momento en que nuestros rostros quedaron a poca distancia el uno del otro y nuestras miradas se cruzaron. El silencio inundó por completo la estancia. Ya no se oían risas, ni tampoco réplicas. Cada segundo que pasaba estábamos más cerca. Quería resistirme a lo que estaba pasando, pero lo deseaba. Nuestros labios se fundieron en un tierno y pasional beso. Sus manos rodearon mi cintura con cariño y suavidad. Me dejé derretir por él, le quería. Mis labios comenzaban a acostumbrarse a los suyos. Les daba pequeños mordiscos, los rozaba con las yemas de los dedos. Mi mirada estaba fija en la suya. Nos mirábamos y nos decíamos todo lo que nuestros labios habían callado durante tanto tiempo y lo que ahora nuestros corazones mostraban.

- Laia, despierta…- Me susurraba al oído mientras jugaba con los mechones de mi pelo.

- Mmm… ¿Ha sido un sueño?- Le dije adormilada.

- No… Es real. Perfecto, como tú- Lograba decirme sin dejar de sonreír.

- Hugo… Yo… Te amo- Mis mejillas comenzaban a ponerse rojizas.

- Laia, Yo también te amo. Desde que nos presentaron me gustaste, pero no me atreví a decirte nada por miedo a que me rechazaras o que sólo me vieras como un amigo. Lo siento.

- Eiii… Tranquilo. Yo tampoco te lo dije. Ambos tenemos la culpa, ¿Vale?

Volví a sentir sus fuertes brazos rodeándome por completo. Me sentía libre, especial. Creí llegar a rozar el paraíso con mis dedos. Le besé, no una vez ni dos, varias. No podía dejar de besarle. Sus labios habían creado un vínculo conmigo. Era esclava de sus besos. Nunca antes había sido tan feliz. Dicen que la felicidad es subjetiva, y puede que sí. Según mis vivencias, esto era lo más cercano a la felicidad. Él era mi santo grial.

Me puse las zapatillas, cogí mis cosas y antes de irme volví a mirarle. Le regale una de mis sonrisas, otra más. Él me miraba triste, estaba reacio a despedirse de mí.

- Laia, quiero que sepas una cosa.

- ¿El qué?- La forma en la que me miraba me ponía nerviosa, estaba muy serio.

- Nada ni nadie me separará de ti, enana. Recuérdalo siempre, por favor- Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó algo que parecía ser un colgante de plata.

- Hugo…- Quise decirle algo, pero estaba anonadada.

- ¡Shhh! No digas nada- Apartó mi larga melena de mi cuello y deslizó sus manos hacía adelante para ponerme el colgante.

- Es precioso, me encanta- Le dije emocionada. Noté como una lágrima de felicidad me recorría la mejilla.

- A mí me encantas tú.

El colgante era hermoso. Tenía nuestros nombres y la fecha en que nos conocimos grabados en él. Era tan delicado que me daba miedo tocarlo por si acaso se rompía. Relucía y brillaba, parecía cobrar vida. Tal vez, sólo fuera un colgante más, pero no lo era. Era especial, mágico.

- Laia, siempre que lo lleves puesto estaré contigo.

- No me lo quitaré nunca, te lo prometo.

- Gracias- Me dijo sonriéndome- Una cosa, ¿Estás libre este viernes?

- Para ti sí.

- ¿Quedamos a las 5 donde siempre?

- Encantada.

Me despedí de él, le di un abrazó y un beso. Él seguía mis pasos con la mirada. No pude evitar saltar, chillar de alegría y sonreír. Estaba contenta, era feliz. Me reía, no paraba de hacerlo. Hugo me observaba divertido desde la distancia. Me giré y le sonreí. Ambos nos perdimos entre miles de sonrisas, nos reíamos a un solo unísono. Esa era nuestra noche. La luna nos cedía su trono nocturno. Mis ilusiones se entrelazaban con las suyas y bailaban juntas.

La noche era preciosa. Había miles y millones de estrellas en el cielo, y todas ellas brillaban con poderío. No podía dormir ni tampoco quería. Quería disfrutar del momento. Exprimir hasta la última gota de él. Me asomé al balcón de mi habitación para contemplar el la luna. Esa noche estaba más bella que de costumbre. Su halo relucía sobre toda la ciudad. Después de varios minutos contemplándola, me tumbé en mi cama. Cogí uno de los peluches que había en ella y lo abracé fuerte. No podía dejar de pensar en lo que Hugo significaba para mí. Todo lo que había pasado era, sin duda, el mejor de mis sueños. Éste superaba la ficción con creces. Tantas fueron las veces que deseé tenerle y ahora mi sueño más anhelado se ha visto alzado en la victoria. Cerré los ojos y, poco a poco, acudí a los brazos de mi gran amigo Morfeo.

lunes, 23 de enero de 2012

Todo irá bien (parte 2)

Intenté parecer estar enfada, pero no pude, con él era imposible estarlo. Dejé de reprimir mis impulsos y le abracé. Él me respondió al abrazo sorprendido. Hacía varios días que no nos veíamos. Le había añorado tanto que ahora me parecía que esto no era cierto, que todo era producto de mi imaginación o un bonito sueño. Él pareció adivinar mis pensamientos, porque me abrazó más fuerte y jugó con mi pelo. Lo deslizaba entre las yemas de sus dedos con un cariño sin igual. Su mirada verde se posó en la mía. Me observaba, no dejaba de hacerlo ni un segundo. No pude evitar bajar la vista, tenía vergüenza y comenzaba a ponerme nerviosa. Él lo notaba y le encantaba verme así.
- Hugo, te he echado de menos… - Un pequeño escalofrío comenzó a recorrer mi cuerpo.

- Y yo a ti, Laia. Lo siento por no haber pasado estos días a tu lado, pero mis padres querían irse a Barcelona a pasar el puente y me obligaron a irme con ellos. ¿Qué tal estás?

- Bien. He estado bastante aburrida estos días, ya no tenía a ningún loco a mi lado con el cual reírme. ¿Y tú, qué tal por Barcelona?

- ¡Va! Prefiero quedarme aquí con mi enana preferida. Allí no conozco a nadie y tampoco es que me guste mucho ese sitio. Por cierto, ¿No deberías estar en el insty? Hace dos días que comenzaron las clases.

- Sí, ¿Y qué? Eso no importa… Será por días, ¿No?

- Laia, nunca cambiarás - Ambos comenzamos a reírnos como dos niños pequeños después de hacer su mayor travesura.
El bosque se llenó de risas y sonrisas. La felicidad retumbaba en cada esquina de éste. Ese momento era especial, único. Estaba cómoda a su lado, me sentía libre. Hugo me daba esa libertad que a gritos reclamaba. Él tenía 23 años y yo 17, tal vez por eso me sentía protegida a su lado. Con él no tenía miedo de nada y sabía que le podría contar cosas que nunca le hubiera contado antes a nadie, confiaba en él. Mentiría si dijera que sólo era un amigo más, era mi mejor amigo. Le conocí en una noche de verano hace 4 años, una amiga me lo presentó y desde ese momento congeniamos a la perfección. Hasta ahora había sido como ese hermano mayor que nunca había tenido, pero desde hace un par de años mis sentimientos hacía él cambiaron. Le amaba. Sí, ese era mi gran secreto. Un secreto gritado a voces en mi interior, pero oculto para él.

Recogí mis cosas y las metí dentro del bolso. Mientras, Hugo esperaba impaciente, parecía estar nervioso por algún motivo el cual yo desconocía. Nos levantamos y nos fuimos hacía su casa. Por el camino casi no hablamos, sólo me contó cosas banales sobre lo que le había sucedido estos días. Yo le escuchaba atenta, no quería perderme ningún detalle por simple que fuera. Él caminaba con las manos metidas en los bolsillos y no dejaba de mirarme y sonreírme. Esto provocaba un gran frenesí en mí. Necesitaba más. Le necesitaba a él.

Su casa seguía siendo tan grande y acogedora como siempre. Era estilo parisina, con techos altos y ventanas grandes. Su interior estaba colmado de toda clase de aparatos tecnológicos y estaba decorada acorde con las últimas tendencias. Sus padres tenían bastante dinero, eran ricos. Y él, a diferencia de los niños que suelen criarse en un ambiente como este, no estaba mal criado, sino todo lo contrario.

Una vez dentro, nos acercamos a la cocina.
- Laia, ¿Quieres algo de beber?

- Agua, por favor.

- Vale, pero espérame en mi habitación.

- ¡Sí!- Le dije chillando desde las escaleras.
Abrí la puerta con cuidado, porque me temía lo que vi. Todo estaba desordenado. Hugo era más desordenado que yo, y eso resulta casi imposible de creer. Le recogí un par de cosas que estaban tiradas por el suelo y se lo guardé en un cajón donde solía guardar todos sus trastos. Me tumbé en su cama, era tan suave. Podría quedarme tumbada en ella durante horas y, seguramente, me quedaría dormida contenta. Cerré los ojos y me dejé llevar por mis sentimientos.