- Hugo, te he echado de menos… - Un
pequeño escalofrío comenzó a recorrer mi cuerpo.
- Y
yo a ti, Laia. Lo siento por no haber pasado estos días a tu lado,
pero mis padres querían irse a Barcelona a pasar el puente y me
obligaron a irme con ellos. ¿Qué tal estás?
- Bien.
He estado bastante aburrida estos días, ya no tenía a ningún loco
a mi lado con el cual reírme. ¿Y tú, qué tal por Barcelona?
- ¡Va!
Prefiero quedarme aquí con mi enana preferida. Allí no conozco a
nadie y tampoco es que me guste mucho ese sitio. Por cierto, ¿No
deberías estar en el insty? Hace dos días que comenzaron las
clases.
- Sí,
¿Y qué? Eso no importa… Será por días, ¿No?
- Laia,
nunca cambiarás - Ambos comenzamos a reírnos como dos niños
pequeños después de hacer su mayor travesura.
El bosque se llenó de risas y sonrisas.
La felicidad retumbaba en cada esquina de éste. Ese momento era
especial, único. Estaba cómoda a su lado, me sentía libre. Hugo me
daba esa libertad que a gritos reclamaba. Él tenía 23 años y yo
17, tal vez por eso me sentía protegida a su lado. Con él no tenía
miedo de nada y sabía que le podría contar cosas que nunca le
hubiera contado antes a nadie, confiaba en él. Mentiría si dijera
que sólo era un amigo más, era mi mejor amigo. Le conocí en una
noche de verano hace 4 años, una amiga me lo presentó y desde ese
momento congeniamos a la perfección. Hasta ahora había sido como
ese hermano mayor que nunca había tenido, pero desde hace un par de
años mis sentimientos hacía él cambiaron. Le amaba. Sí, ese era
mi gran secreto. Un secreto gritado a voces en mi interior, pero
oculto para él.
Recogí mis cosas y las metí dentro del bolso. Mientras, Hugo esperaba impaciente, parecía estar nervioso por algún motivo el cual yo desconocía. Nos levantamos y nos fuimos hacía su casa. Por el camino casi no hablamos, sólo me contó cosas banales sobre lo que le había sucedido estos días. Yo le escuchaba atenta, no quería perderme ningún detalle por simple que fuera. Él caminaba con las manos metidas en los bolsillos y no dejaba de mirarme y sonreírme. Esto provocaba un gran frenesí en mí. Necesitaba más. Le necesitaba a él.
Su casa seguía siendo tan grande y acogedora como siempre. Era estilo parisina, con techos altos y ventanas grandes. Su interior estaba colmado de toda clase de aparatos tecnológicos y estaba decorada acorde con las últimas tendencias. Sus padres tenían bastante dinero, eran ricos. Y él, a diferencia de los niños que suelen criarse en un ambiente como este, no estaba mal criado, sino todo lo contrario.
Una vez dentro, nos acercamos a la cocina.
- Laia, ¿Quieres algo de beber?
- Agua,
por favor.
- Vale,
pero espérame en mi habitación.
- ¡Sí!-
Le dije chillando desde las escaleras.
Abrí la puerta con cuidado, porque me
temía lo que vi. Todo estaba desordenado. Hugo era más desordenado
que yo, y eso resulta casi imposible de creer. Le recogí un par de
cosas que estaban tiradas por el suelo y se lo guardé en un cajón
donde solía guardar todos sus trastos. Me tumbé en su cama, era tan
suave. Podría quedarme tumbada en ella durante horas y, seguramente,
me quedaría dormida contenta. Cerré los ojos y me dejé llevar por
mis sentimientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario