Un nuevo día comenzaba ante mí. El susurro del viento azotaba las ventanas. Hice el mismo ritual de siempre: despertarme entre regaña dientes, ducharme, vestirme, desayunar e irme al insty. La música se deslizaba por mis oídos de camino a clase. Esa canción me encantaba: "With you" de Chris Brown. Me traía tantos recuerdos y todos ellos los guardaba en lo más hondo de mi corazón con cariño.
Las clases se me hicieron eternas. Miraba el reloj sin cesar, y la aguja siempre estaba en el mismo punto. Había esperado una semana, ya no podía más, necesitaba verle. Durante la semana habíamos hablado todos los días, pero no era suficiente. Mi ansia no se saciaba. Salí corriendo cuando oí el timbre que indicaba el final de las clases. Estaba entusiasmada, llena de vida. Deseaba llegar cuanto antes a nuestro lugar y verle.
Llegué justo a tiempo, ni un minuto más ni un minuto menos. Me senté en un banco y le esperé impaciente. Los minutos iban pasando y Hugo no aparecía. Le llamé al móvil una y otra vez, estaba apagado. Intenté tranquilizarme y pensar que estaría ocupado, pero todo me resultó muy extraño. Él siempre solía tener el móvil encendido. Le esperé intranquila sentada en el banco con las piernas encogidas hacia mi pecho y agarradas con mis brazos. Estaba nerviosa, algo me decía que las cosas no iban bien. Una hora pasó y consigo otra más. Las lágrimas recorrían mi rostro. Mis ojos se perdían en la tristeza y la incertidumbre. No podía esperar más en aquel lugar. Decidí ir a su casa, igual estaba allí o sus padres sabían algo de él.
Corrí todo lo que pude y más. Llamé a la puerta y me abrió su hermana entre lágrimas.
- Carolina, ¿Qué te pasa?... Un momento… ¿Tú sabes dónde está Hugo?- Un horrible escalofrío recorrió mi cuerpo, me temía lo peor.
- Laia… Mi hermano… Ha tenido un accidente de coche- Logró decir entre sollozos. No podía creérmelo, no quería. Estallé, no podía más. Lloré, no podía dejar de llorar. Me sentía desprotegida, sola. Sentía un fuerte dolor en el pecho. Mi corazón quería escapar, huir lejos. Sentía el dolor en lo más hondo de mi alma. No tenía miedo, sino pánico.
- No… ¡No! No es cierto. Dime que es mentira. ¡Dímelo, por favor!- Le chillaba, no quería hacerlo, pero la situación me superaba.
- Laia… Es cierto. Sé que te duele, pero a mí también. Es mi hermano, le quiero- Unos ojos rojizos y llorosos ocultaban la belleza de su rostro. Me miraba y lloraba.
- Se va a poner bien, ya lo verás. Hugo es fuerte- La abracé fuerte, muy fuerte. Le di un beso en la mejilla e intenté tranquilizarla.
- No lo entiendes… Nos ha llamada hace un par de horas la policía. Le han encontrado en la autopista, volvía de hacer unas compras en la ciudad. Un coche se despistó conduciendo y chocó contra él. El impacto fue desastroso. Tardaron en sacarle y… Está en coma.
- ¿¡Qué!?- Un cúmulo de emociones se apoderaban de mí. No sabía qué decir o qué hacer- ¿Podemos ir al hospital?
- Sí, mis padres están allí. Han ido nada más recibir la llamada de la policía. Yo me he quedado aquí, porque no sabía cómo actuar. Y tenía la esperanza de que todo fuera una pesadilla, pero es real.
Cogimos un taxi y fuimos al hospital. Entramos andando despacio, pero ambas estábamos alteradas. Por el camino, Carolina me contaba todos los detalles del accidente. Me costaba mucho entenderlo todo, era muy duro. Dicen que la verdad duele, pues ésta me estaba desgarrando el alma. Subimos juntas en el ascensor, no había nadie más. Nos agarramos de las manos y nos abrazamos. Las lágrimas eran constantes, no cesaban en ningún momento. La tristeza nos inundaba por completo. Las puertas del ascensor se abrieron de par en par y salimos ansiosas. Recorrimos el largo pasillo de la planta en la que estaba Hugo. Su habitación era la del final a la derecha, la 324. No sabíamos si los médicos nos dejarían entrar o no, pero no queríamos perder tiempo en averiguarlo. El pulso me temblaba cuando hice ademán de abrir la puerta, no podía empujarla o no quería hacerlo por miedo. Tomé fuerzas de donde no las había y abrí la puerta.
Era él, Hugo. Estaba conectado a una máquina que no paraba de hacer un incómodo pitido marcando los latidos de su corazón. Tenía un vendaje en el brazo, se lo había roto. Había otra máquina conectada a él por medio de un tubo que le ayudaba a respirar. Tenía los párpados cerrados. No podía ver sus ojos, su color verdoso; el color de la esperanza, la que ahora tanta falta me hacía. Carolina abrazó con rapidez a sus padres, que estaban sentados en los dos asientos que había en una esquina de la habitación. Los tres se pusieron a llorar, esto debía ser muy doloroso para ellos. Estuve hablando con ellos un rato y después decidieron salir afuera para hablar con el médico.
- Cariño, ¿Por qué no compramos un castillo para vivir como reyes?
+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.
+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.
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