Mamá siempre me ha dicho que le tengo que tratar con muchísimo cariño al abuelo y que tengo que jugar todos los días con él. Me lo dice como si fuera muy difícil de hacer, pero a mí me parece sencillo.
El abuelo tiene 60 años, pero sigue teniendo la vitalidad de un niño, incluso más que yo y eso que sólo tengo nueve años. Es una persona muy alegre y siempre está contento y sonriendo. Nunca le he visto llorar y espero que no lo haga, porque me gusta verle sonreir y reirse. Desde que era muy pequeñito juego con él a aprender palabras nuevas, yo digo una y él la repite hasta que ambos la aprendemos. Después de cada juego escribimos todas las palabras en las puertas de mi armario para así recordarlas siempre. Me resulta un juego muy divertido porque de aquí a un par de años sabremos más palabras que el diccionario. Me encanta estar con él y darle besos hasta cansarme, también le doy muchísimos abrazos muy fuertes para que no se sienta solo y sepa que le quiero. A veces, aunque sólo a veces, el abuelo se pone muy nervioso y grita. Mamá me pide que le de un abrazo y un beso en la mejilla porque así se calmará. Cuando pasa esto, el abuelo me mira con los ojos llenos de brillo e intenta sonreírme, acepta mi abrazo y al poco tiempo se tranquiliza. Mamá me mira orgullosa porque le obedezco y le ayudo con el abuelo. Yo me pongo contento porque mamá confía en mí y sabe que me estoy haciendo todo un hombrecito.
Hoy tengo que ir a casa del abuelo, hace días que no le veo porque está algo malito y le echo mucho de menos. Añoro su pícara sonrisa y nuestros juegos al igual que sus abrazos y sus besos. Mamá ha venido a decirme que hoy no podré verle, que tengo que esperar un día más y que mañana le veré porque el abuelo no se encuentra bien y necesita descansar durante todo el día. Yo me he enfadado y me he ido llorando a mi cuarto. Mamá me ha seguido y me ha pedido que no llorase, que mañana le vería y podría jugar con él. Yo no le he creído y ella se ha ido sin decirme nada más. Aunque se piensa que aún soy un niño, yo sé que soy todo un hombrecito y me he dado cuenta que tenía las mejillas calientes, rojas y humedecidas. Sé que ha estado llorando y sé que tiene que ver con el abuelo, no he podido esperar más y he ido a hablar con ella. Le he pedido que me dejara ver hoy al abuelo, que no jugaría con él si estaba cansado, pero que necesitaba verle porque le echaba muchísimo de menos. Incluso le he prometido que me portaré muy bien y que le ayudaré más en todo lo que me pida. Ella me ha mirado tiernamente y ha accedido, aunque me ha recordado que tengo que dejarle descansar y que sólo estaremos un par de horas.
Cuando he montado en el coche estaba muy nervioso y las piernas no dejaban de temblarme, parecían estar divertidas tentando a mi equilibrio y perturbando mi tranquilidad. He visto la casa del abuelo a lo lejos, mamá ha parado para aparcar y yo he salido corriendo. Ella no sabe que tengo llaves, pero me las dio el abuelo para visitarle cada día después del colegio y así poder estar más rato juntos. He subido corriendo a su casa y le he visto tumbado en la cama. Parecía estar dormido, pero cuando me ha oído ha levantado la cabeza y me ha mirado sonriendo. Yo me ha acercado y le he dado un fuerte abrazo.
- Abuelo, ¿Te encuentras bien?
- Bien...
- Abuelo, hoy no podemos jugar a aprender palabras nuevas, mamá ha dicho que necesitas descansar, pero no te precupes porque mañana sí podremos jugar.
- Gracias.
Esa palabra, la había dicho más veces y es una de las que me enseñó cuando era más pequeño. Me emocioné muchísimo y le abracé aún más fuerte. En ese momento mamá entro por la puerta y nos observó divertida, le dio un beso al abuelo y se sentó en la silla de al lado. El abuelo me hizo un hueco en su cama, me quité los zapatos y la chaqueta y me metí con él. Sin quererlo, me fui quedando dormido poco a poco.
- Papá, el niño no podía esperar a verte, tenía muchas ganas. Sé que acordamos que no le contaríamos nada para que no sufriera y que le explicaríamos todo como si fuera un juego, pero va creciendo y poco a poco se va dando cuenta de la realidad.
El abuelo sonrió y la miró alegre, quería a su hija y entendía la situación, por raro que pudiera parecer. El paso de los años hacía mella en su salud, pero eso no le quitaba las ganas de seguir luchando como había hecho toda su vida.
- Ayer llegó del colegio ilusionado, me dijo que la profesora le había preguntado qué quería ser de mayor y él le contestó que quería ser como su abuelo. Como tú, papá. Les contó a sus compañeros que jugabas todos los días con él y que eras muy inteligente porque te sabias muchas palabras, las cuales le repetías para que él también las pudiera aprender. También les contó que aunque parecías una persona muy tímida y reservada, porque a menudo sueles estar apartado del resto de personas, con él eres muy cariñoso y agradable.
El abuelo no pudo evitar llorar, aunque no lo hacía por tristeza, sino por felicidad. Estaba orgulloso de su pequeño nieto. Le miró con ternura y cariño y le abrazó acercándolo más a él. Se secó las lágrimas y le dio un suave beso en la frente para no despertarle. Cerró los ojos y se quedó dormido junto a él.
- Cariño, ¿Por qué no compramos un castillo para vivir como reyes?
+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.
+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.
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