- Cariño, ni que esto fuera un bunker - me dijo sonriéndose.
Había escuchado tantas veces esas palabras que ya formaban parte de mi rutina.
- ¡Qué tonto eres! - le contesté fingiendo un pequeño enfado.
Él se reía divertido, le encantaba verme así. Me solía recordar que cuando arrugo mi naricilla es cuando más guapa estoy. A mí me encantaba él y cada una de sus pequeñas manías, aunque no acostumbraba a decírselo.
Nada más cerrar la puerta noté su presencia detrás de mí, más cerca de lo que creía. Me rodeó la cadera con sus brazos, apartó los mechones de mi larga melena azabache hacia un lado y besó cada parte de mi cuello. Me estremecí entera, cerré los párpados y suspiré.
- Pequeña, quiero hacerte el amor como a una puta, pero no te ofendas porque a la mañana siguiente estaré a tu lado para despertarte y abrazarte como a una princesa - me susurró al oído.
Me giré y le miré fijamente a los ojos, estaban llenos de lujuria y pasión. Me acerqué a sus labios, le mordí el inferior y después jugué pícaramente con su lengua, mordiéndola una vez más. Su mirada se puso en blanco perdiéndose mirando al infinito y ahogándose en un descomunal placer. Le agarré de una mano y le guiñé un ojo. Se dispuso detrás de mí haciéndome sentir su notable erección. Me mordí el labio inferior derritiéndome en mis propios pensamientos. Tenía ganas de él, quería sentirle como si fuera la última vez disfrutándolo por completo.
Llegamos al cuarto y bajé la persiana dejando que la luz entrara levemente. Sentí que me miraba con deseo y recorría con su mente mi cuerpo. Cerré la puerta obligándole a apoyarse en ella. Oí cómo me rugía, me encantaba hacerle rabiar.
- Esta noche eres mío - le dije sensualmente.
- ¿Y si es al revés? Tendremos que discutirlo, ¿No crees? - su mirada era desafiante, aunque fracasó en su propósito de asustarme, pues me incitaba un gran morbo.
Mi respuesta fue un mordisco en la oreja, oí su quejido e inmediatamente deslicé mi lengua por el interior. Su cuerpo tembló a escasos centímetros del mío y me apreté más aún contra él rozando mi pecho con el suyo. Deslicé mi lengua juguetona por su cuello, una y otra vez, sin cansarme. Intenté quitarle la camiseta pero no me dejó. Me agarró fuertemente por las muñecas y me empujó contra la cama.
- No te resistas, será peor.
- Te equivocas, será mucho mejor, sabes que me gusta verte así de cachondo.
- Pequeña, no empieces algo que quizá después no quieras terminar - sonó decidido, más que las otras veces, pero sonrió maliciosamente.
- Correré el riesgo.
Le arrastré hacia la cama junto a mí. Rodeé su cuello con mis manos y fui deslizándolas por su torso. Le quité la camiseta y observé sus abdominales, me hacían enloquecer. Tenía un cuerpo fibroso y hermoso. Al tocarlo noté que me humedecía, él también lo notó y me lo demostró mordiéndome la oreja. Sabía que ese era uno de mis puntos débiles, por eso no se conformó solo con ella, sino que fue bajando por mi cuello hasta llegar a mi pecho. Se recreó en él, tocándolo suavemente mientras me miraba fijamente para que le mantuviera la mirada. Me despojo de mi vestido quedándome solo en tanga. Su lengua se deslizó por uno de mis pezones y sus dientes lo mordisquearon suavemente provocándome un gran suspiro. Inmediatamente me agarré a su espalda, le clavé las uñas y le besé fogosamente. Mis manos jugaron impacientes con los botones de su pantalón sin conseguir desprenderlo de él.
- Eh, cuidado con esos dedos que luego van al pan.
- Tranquilo, esta noche te cenaré a ti enterito, de la cabeza a los pies.
Mis palabras parecieron romperle todos los esquemas, porque se dejó quitar hasta los boxer. Su pene erecto chocó violentamente contra mi vientre haciéndome empapar el último resquicio de ropa que me quedaba. Besó ardientemente mis labios una vez más y recorrió mi cuerpo con su saliva siguiendo el trazo marcado por cada uno de mis lunares. Deslizó el tanga por mis muslos hasta que cayó suavemente al suelo. En un descuido me levanté velozmente y me puse encima de él.
- Han cambiado las tornas, ahora mando yo - dije a la vez que le esposaba al cabecero de la cama ambas manos.
Intentó parecer ofendido e incluso molesto, pero no podía ocultar la gran felicidad que le producía que me hiciera la dueña de la situación. Se relamió y se dejó llevar. Mis piernas se abrieron ubicándose una a cada lateral de su torso. Bajé suavemente hasta su cadera, restregándome a conciencia y observándole con una sonrisa llena de vicio.
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