- ¡Laia, despierta! Toma- Me sobresalté, no esperaba que subiera tan rápido. Cogí la botella de agua y me senté en la cama de forma que le dejará espacio a él también.
- ¡Aisss! Con lo bien que estaba yo tumbada, eres malo. ¿Sabías?- Le dije intentando ser pícara.
- Sí, soy muy malo. Tanto, que no te voy a dejar de hacer cosquillas en todo el día. Y yo si fuera tú, correría.
No pude salir corriendo, porque me agarró antes de que pudiera escapar. Me recorrió todo el cuerpo en busca de cosquilla y de algo muy preciado para él, mi sonrisa. Hubo un momento en que nuestros rostros quedaron a poca distancia el uno del otro y nuestras miradas se cruzaron. El silencio inundó por completo la estancia. Ya no se oían risas, ni tampoco réplicas. Cada segundo que pasaba estábamos más cerca. Quería resistirme a lo que estaba pasando, pero lo deseaba. Nuestros labios se fundieron en un tierno y pasional beso. Sus manos rodearon mi cintura con cariño y suavidad. Me dejé derretir por él, le quería. Mis labios comenzaban a acostumbrarse a los suyos. Les daba pequeños mordiscos, los rozaba con las yemas de los dedos. Mi mirada estaba fija en la suya. Nos mirábamos y nos decíamos todo lo que nuestros labios habían callado durante tanto tiempo y lo que ahora nuestros corazones mostraban.
- Laia, despierta…- Me susurraba al oído mientras jugaba con los mechones de mi pelo.
- Mmm… ¿Ha sido un sueño?- Le dije adormilada.
- No… Es real. Perfecto, como tú- Lograba decirme sin dejar de sonreír.
- Hugo… Yo… Te amo- Mis mejillas comenzaban a ponerse rojizas.
- Laia, Yo también te amo. Desde que nos presentaron me gustaste, pero no me atreví a decirte nada por miedo a que me rechazaras o que sólo me vieras como un amigo. Lo siento.
- Eiii… Tranquilo. Yo tampoco te lo dije. Ambos tenemos la culpa, ¿Vale?
Volví a sentir sus fuertes brazos rodeándome por completo. Me sentía libre, especial. Creí llegar a rozar el paraíso con mis dedos. Le besé, no una vez ni dos, varias. No podía dejar de besarle. Sus labios habían creado un vínculo conmigo. Era esclava de sus besos. Nunca antes había sido tan feliz. Dicen que la felicidad es subjetiva, y puede que sí. Según mis vivencias, esto era lo más cercano a la felicidad. Él era mi santo grial.
Me puse las zapatillas, cogí mis cosas y antes de irme volví a mirarle. Le regale una de mis sonrisas, otra más. Él me miraba triste, estaba reacio a despedirse de mí.
- Laia, quiero que sepas una cosa.
- ¿El qué?- La forma en la que me miraba me ponía nerviosa, estaba muy serio.
- Nada ni nadie me separará de ti, enana. Recuérdalo siempre, por favor- Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó algo que parecía ser un colgante de plata.
- Hugo…- Quise decirle algo, pero estaba anonadada.
- ¡Shhh! No digas nada- Apartó mi larga melena de mi cuello y deslizó sus manos hacía adelante para ponerme el colgante.
- Es precioso, me encanta- Le dije emocionada. Noté como una lágrima de felicidad me recorría la mejilla.
- A mí me encantas tú.
El colgante era hermoso. Tenía nuestros nombres y la fecha en que nos conocimos grabados en él. Era tan delicado que me daba miedo tocarlo por si acaso se rompía. Relucía y brillaba, parecía cobrar vida. Tal vez, sólo fuera un colgante más, pero no lo era. Era especial, mágico.
- Laia, siempre que lo lleves puesto estaré contigo.
- No me lo quitaré nunca, te lo prometo.
- Gracias- Me dijo sonriéndome- Una cosa, ¿Estás libre este viernes?
- Para ti sí.
- ¿Quedamos a las 5 donde siempre?
- Encantada.
Me despedí de él, le di un abrazó y un beso. Él seguía mis pasos con la mirada. No pude evitar saltar, chillar de alegría y sonreír. Estaba contenta, era feliz. Me reía, no paraba de hacerlo. Hugo me observaba divertido desde la distancia. Me giré y le sonreí. Ambos nos perdimos entre miles de sonrisas, nos reíamos a un solo unísono. Esa era nuestra noche. La luna nos cedía su trono nocturno. Mis ilusiones se entrelazaban con las suyas y bailaban juntas.
La noche era preciosa. Había miles y millones de estrellas en el cielo, y todas ellas brillaban con poderío. No podía dormir ni tampoco quería. Quería disfrutar del momento. Exprimir hasta la última gota de él. Me asomé al balcón de mi habitación para contemplar el la luna. Esa noche estaba más bella que de costumbre. Su halo relucía sobre toda la ciudad. Después de varios minutos contemplándola, me tumbé en mi cama. Cogí uno de los peluches que había en ella y lo abracé fuerte. No podía dejar de pensar en lo que Hugo significaba para mí. Todo lo que había pasado era, sin duda, el mejor de mis sueños. Éste superaba la ficción con creces. Tantas fueron las veces que deseé tenerle y ahora mi sueño más anhelado se ha visto alzado en la victoria. Cerré los ojos y, poco a poco, acudí a los brazos de mi gran amigo Morfeo.
- Cariño, ¿Por qué no compramos un castillo para vivir como reyes?
+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.
+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.
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