El horizonte se mostraba ante mí, un cielo lleno de vida y de color. Rojo como la llama del fuego más potente. El atardecer hacía acto de presencia y yo, sólo yo, podía observarle. Hacía meses que no volvía a ese lugar. Mi lugar. Ahora todo ha cambiado, el tiempo pasa y se lleva lo que más apreciamos. Intenté, y sigo intentando, entenderlo. No cabe razón alguna en mi cabeza. ¿Cómo pudo pasar todo eso? ¿Por qué él y no yo? Odio esta extraña sensación de ahogo, anhelo y dolor. ¡Nadie me entiende! No podrían hacerlo ni aunque quisieran. Sólo yo lo viví, yo y nadie más, bueno… Y él.
“Nada ni
nadie me separará de ti, enana” Esas palabras atormentan mi mente
cada día. Se apoderan de ella, juegan con sus emociones y reviven
viejos sentimientos que un día los di por muertos. Aún sigue viva
en mí esa pequeña gran herida proveniente del pasado. Él me lo
prometió… Me dijo que estaría a mi lado, nunca, jamás de los
jamases me debería abandonar. Y lo hizo, se fue. Pero dejó su
recuerdo vivo en mi interior, aunque también dejó algo más; su
historia.
El susurro de un nuevo amanecer entraba por la ventana de mi habitación. Me daba un cálido abrazo y me despertaba con delicadeza. Me envolvía entera y me hacía sentirme libre. La luz era escasa, pero aún así veía todo. Cada pequeño detalle por insignificante que pudiera parecer. Mi cuerpo tenía ganas de caminar, pero la pereza me podía. Las finas sábanas seguían tapándome de pies a cabeza. Me gustaba sentir esa sensación. Me traía recuerdos de mi infancia cuando solía taparme entera y me escondía debajo de las sábanas. Parecía que tenía miedo, pero en realidad no era así. Me paraba a pensar en todo lo vivido y me imaginaba eso que tanto pude llegar a anhelar. En esa época era todo tan sencillo… Yo no era la dueña de mis decisiones, lo hacían otros por mí. Yo simplemente disfrutaba de lo que tenía, era una enana con ilusiones de adulta. Es bonito recordar, a veces tiendo a inventarme los recuerdos y otras los exagero. Curioso, ¿Quién no lo ha hecho nunca?
Eché una última mirada a mi pequeño gran escondite, y me fui. Ese día no me apetecía llevar la misma rutina de siempre, con el paso del tiempo resulta aburrido y monótono. Cogí mi abrigo, mi bolso y mi mp3, no necesitaba nada más. Tan sólo eso y tranquilidad. Cerré la puerta y el viento rozó mi rostro con delicadeza como cada mañana. Había tantos lugares por descubrir, que me resultó difícil decidirme por uno solo. Pero lo hice, fui a un sitio que siempre me había llamado la atención. Era un pequeño bosque cerca del río, por allí no solía pasar mucha gente. Había ido otras veces, pero hoy sentía la necesidad de volver allí. Tenía la sensación de que algo me estaba esperando y no me equivocaba.
El bosque estaba desierto, estaba sola. Podía notar el gélido aliento del invierno en cada poro de mi piel. El frío era constante. Me abroché el último botón del abrigo y me senté en el banco que había enfrente del río. Mi posición era bastante divertida, nunca solía sentarme como el resto de las personas. Apoyaba mi espalda en el dorso del banco y ponía una pierna encima de la otra. Esa postura me relajaba bastante, acostumbraba a hacerla a menudo, aunque algunas veces también balanceaba mi cuerpo hacía delante. Me quedé mirando el paisaje absorta en mis pensamientos. Era tan bello, conseguía cautivarme sin mayor dificultad. Me puse los cascos y busqué una canción en el mp3. Mis oídos se sumergieron en esa melodía tan embriagante. Cerré los ojos y comencé a tararear la melodía con mis labios. Estaba concentrada en la canción, la dejaba brotar desde lo más hondo de mi ser. Aullaba en mi interior y se hacía notar en medio de la soledad. Si alguien pudiera observarme habría pensado que estaba loca y, tal vez, estaría en lo cierto. El silencio se vio perturbado cuando oí unos pasos tras de mí. Me asusté, quería girarme y ver si tenía motivo por el cual salir corriendo. Me giré y le vi, era él.
- ¡Estás tonto! Menudo susto me has
dado- Le dije mientras me quitaba los cascos.
- Enana,
que susceptible eres- Decía mientras apartaba mis cosas del banco
para sentarse conmigo.
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