- Te
quiero...- Le susurré en el oído.
Lágrimas
azotaban mi rostro sin ninguna contemplación. Miré mi colgante y lo
besé. Cerré los ojos y deseé con fuerza lo que más quería, a él.
Un pitido constante interrumpió mis pensamientos y me sobresalté.
No podía estar pasando, no era posible.
- ¡Nooo!
¡Hugo! ¡No te vayas! ¡Te necesito!- Me abalancé a sus brazos, no
podía dejar de chillar y llorar.
Sus padres y
su hermana entraron corriendo en la habitación con el médico. De
repente, la habitación se llenó de médicos y enfermeras. Su
familia estaba destrozada, no soportaba ver todo eso. Una enfermera
me apartó de Hugo. Yo me resistí todo lo que pude, pero me
separaron de él. Se estaba yendo… Se moría. Estaba entrando en
una parada cardiaca, según les escuchaba decir a los médicos. Mis
oídos retumbaban en medio de tanta agitación y desconcierto. Nos
sacaron a todos de la habitación, a excepción de los médicos. La
espera fuera fue eterna. Yo estaba tirada en el suelo, encogida en mí
misma llorando. Miraba al suelo, dejaba mi mirada pérdida en él.
Tenía miedo, me temía muchas cosas y ninguna de ellas me agradaba.
Los médicos iban y venían por los pasillos. Murmuraban entre ellos
y se volvían a ir. Al final del pasillo estaba el médico que había
hablado con los padres de Hugo. Venía hacia nosotros.
- Lo
siento… Hemos hecho todo lo posible.
- ¡No! ¡Mi pobre niño!-
Gritaba su madre
No pude más,
hui. Sentía un gran vacío en mi interior. Un dolor intenso me
golpeaba en el pecho como si miles de agujas se clavaran en él. Me
costaba ver por donde andaba. Las lágrimas me impedían ver el
camino. Estaba desorientada, no sabía donde ir. Sólo se me ocurrió
un lugar, el nuestro.
Mis pasos se
perdían en la soledad. Me senté en el banco de siempre, subí una
pierna encima de la otra, cerré los ojos y me balanceé hacia
delante despacio. Intenté dejar la mente en blanco, pero el dolor
pudo con mis intenciones. Ahora venían a mí más recuerdos.
Recuerdos que antes parecían insignificantes y que ahora lo eran
todo. Abrí los ojos y miré al cielo. Una fina brisa me rodeó y
sentí como me abrazaba. El frío rozaba mi nuca y un escalofrío me
recorrió entera. Era él, estaba segura. Cogí el colgante entre mis
manos y me lo acerqué al corazón.
- Esto no es una despedida… Siempre estarás vivo en mí. Tengo la esperanza de volver a verte algún día y sé que así será. Recuérdalo, te amo.