Una simple decisión, elegir entre una cosa u otra sin tener demasiado tiempo para pensarlo. Tener la necesidad de ser rápida por miedo a perder esa oportunidad. Decido hablarle, la conversación es banal, pero me agrada. Pasan los minutos, dejamos de hablar. Sigo caminando por algún remoto lugar sin un rumbo fijo. Y ahí está él… Volvemos a hablar. Sigue siendo agradable conmigo, atento y divertido. Hablamos sin temores. Somos tal y como nunca antes habíamos sido. Me relajo y estoy tranquila, soy feliz. Palabra tras palabra, y así miles de palabras más. Palabras dulces, sencillas, cariñosas, alegres, tímidas, curiosas, divertidas y coloridas. Le miro, me mira. Tiene algo, no sé el qué. Me atrae, sonrío tímida y nerviosa. Le observo en silencio, me sonríe. Me gusta su sonrisa, es bonita y brillante. Sigue hablando, se calla y me observa. Me pongo más nerviosa, no sé qué decir o qué hacer, disimulo. Se ríe, lo ha notado. Me dice que le divierte ponerme nerviosa, la forma en la que miro, cuando me toco el pelo, cuando río y sonrío sin parar o simplemente cuando me enfado. Bajo la mirada. Estoy a gusto con él, es interesante e increíble. Y de repente, tengo miedo. Horas se convierten en días y días en años. Suspiro, confío en él. Me dejo llevar, camino despacio entre cristales, voy descalza, pero no me corto. Me protege. Me eleva a lo más alto en un segundo. Vuelo sin temor, el viento roza mi rostro. Me río, fuerte y decidida. La noche es nuestra, sólo nuestra.
- Cariño, ¿Por qué no compramos un castillo para vivir como reyes?
+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.
+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.
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