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miércoles, 5 de agosto de 2015

Carta a la verdad

Durante años, incluso siglos, he tenido que aguantar toda clase de calumnias. Han opinado sin saber, incluso con teorías tan disparatadas que más que ser víctima me convertí en verdugo. Mi marido, por el contrario, fue perdonado y adorado como si de un dios se tratase. Qué iluso, se creía el rey del universo cuando en verdad no era ni el rey de nuestro hogar.

Todo comenzó con una pequeña mentira. Solía decirme que tenía cenas de trabajo y que después era necesario que asistiera a fiestas por compromisos con sus clientes. En parte era verdad, sólo en parte. Los compromisos no eran con sus clientes, sino con las mujeres de estos, a quiénes engañaba disfrazándose de distintos animales. Le daba igual vestirse de cisne, de toro o de sátiro, más que pasar vergüenza le llegaba a dar morbo. Seguramente pensó que de esta manera sería más fácil ocultármelo. A todo esto se sumaron sus continuas borracheras. Varias veces he tenido que arrebatarle la copa de las manos porque en pleno frenesí afirmaba beberse el néctar divino. Divina era la cogorza con la que solía recibirme cada madrugada. Jamás se me olvidará el día que uno de sus amigotes le dio un hachazo en la cabeza porque creía estar embarazado. Tantas infidelidades y tan poca cordura le llevó a la locura, incluso le puso nombre a aquella hija imaginaria. Atenea le llamó. Es más, juraba que aquella pequeña mujer nació armada de su cabeza. Siempre he creído que era un alter – ego que le ayudaba a convencerse que sus pecados sólo eran medias verdades llevaderas.

Mas aquí no se queda la cosa. En una ocasión apostó con un vecino que podría despedazar a una res quedándose con la mejor parte del animal. Sin embargo, el vecino fue más listo y le otorgó los restos. Entró en tanta cólera que le llevó al monte más alto y le encadenó a una piedra. Como si de un niño se tratase, iba cada mañana disfrazado de águila para asustarle y darle pequeños golpes en el costado, justo a la altura del hígado. Con el tiempo el enfado se convirtió en su pasatiempo preferido. Sólo le liberó de tal calvario cuando le confesó que una mujer trataba de arruinarle quedándose embarazada a propósito, hecho que le recordó que él fue quién arruinó a su propio padre. Hace poco me enteré que uno de sus hijos putativos es igual que él. Acostumbra a rodearse de mujeres que le llevan al vicio y la locura. Todos sus asuntos los arregla por medio de la bebida. Otro que se cree dios sin serlo. A diferencia de mi marido, su hijo está convencido de que podrá emprender una carrera hacia Oriente para conquistarlo.

Por último, te contaré lo que más me llamó la atención. Nunca le dije a nadie que solía acercarse a un joven del pueblo. Con engaños le convenció para que viviera con nosotros, pese a ser un despropósito. El niño me producía tanta ternura como celos, ambos por igual. Pese a ello, conseguí perdonarle y pasarlo por alto, aún sabiendo el error que cometía. Esto sólo fue el principio de la gota que colmó el vaso, tiempo después fue en busca de un pariente del niño para imponerle otra de sus locuras. Quería que juzgara a dos de sus amiguitas junto a mí a ver quién de todas era la más bella. Accedí porque aunque me haga daño le quiero, pero no salí ganadora del reto. El premio era solamente una manzana, la cual hubiera aceptado con tal de que me la diera él.

Espero que tengas en cuenta todo lo que te he contado y me ayudes a contarle al mundo la verdad. Estoy harta de que mi marido esté tan valorado y que yo sea siempre vista como la mujer celosa que no tiene motivo alguno. Incluso le perdoné que escondiera a una de sus amantes en Egipto, a la cual previamente conseguí disfrazar de ternera para que se diera cuenta de quién mandaba. Sé que me verás vengativa, pero solo soy una mujer que lucha por ser valorada. Ojalá esas mujeres con las que me engañó fueran tan valientes para negarle lo que él quiere. Muchas veces nosotras mismas somos nuestras propias enemigas, puesto que si no nos ayudamos unas a otras quién podría hacerlo.


Hera

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