- Cariño, ¿Por qué no compramos un castillo para vivir como reyes?

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viernes, 19 de agosto de 2011

Quien no arriesga, no gana

Hay momentos en la vida que pasan a una velocidad vertiginosa. Los estás viviendo y crees que van despacio, que nunca se acabarán y en cierto modo no estás equivocado, ya que siempre vivirán en tu recuerdo. Mas es inevitable parar el tiempo, intentar congelar ese momento y no olvidarlo jamás de los jameses. Exprimir cada gota de él y revivirlo una y otra vez. Sentir las mismas punzadas ardientes en el pecho como la primera vez que lo viviste. Quedarte sin aliento y derramar pequeños suspiros que cuentan lo que el alma oculta. Recordar cada mísero detalle que pasó desapercibido y ahora cobra fuerza en tu mente. Palabras sueltas que brotan de la nada haciéndose oír sin temor a las represarias. Canciones que marcaron tu vida suenan cada vez más alto. Sentimientos ocultos salen de su escondite con valentía, atrás dejaron la timidez. 

Y entonces... Te das cuenta de que nada ha cambiado. Aparentemente todo es distinto, pero tú sabes que no. El tiempo ha pasado, él tiene su vida y tú tienes la tuya, ambas distintas e independientes. Creías que lo olvidarías pronto. Pobre ilusa, tan sólo fue un espejismo. Tienes miedo de reconocerlo, pero aún le quieres. Aún sigues sintiendo a aquellas mariposas traviesas recorriendo tu estómago cada vez que está a tu lado. Te sigues derritiendo cuando te mira o suspiras cuando te toca. Lloras cuando no está y sonríes cuando te abraza. Sueñas despierta y duermes soñando. Anhelas sus besos, sus caricias, sus palabras indescriptibles, sus confesiones, sus lamentos, sus fuertes abrazos... Incluso sus tonterías. Te despiertas pensando que está a tu lado, tocas la cama deseosa de encontrar su cuerpo junto al tuyo y te das cuenta de que sólo ha sido otro deja vu más. Recuerdas atenta cada momento vivido junto a él, aquellos detalles que en su día no les diste importancia y ahora son los que más valoras. Aún oyes sus risas y sientes su voz en tu corazón. 


Dicen que el amor es como una partida de poker: tú tienes tus cartas en la mano, intentas hacer tu juego sin saber qué cartas tienen los demás y juegas tanteando el terreno. Si crees que puedes ganar, subes tu apuesta. Si crees que vas a perder, te retiras a tiempo. Así juegan los jugadores cautelosos. Después están los alocados, se arriesgan hasta ganar su premio. Les da igual las heridas que puedan hacerse por el camino o todo lo que pierdan, ya que la recompensa valdrá diez veces más que lo perdido. Y por último, están los pensativos. Ellos observan a sus compañeros, escogen a su víctima perfecta y cuando están seguros atacan contra ella. Yo diría que el amor es igual... Las cartas que tengas en tu mano tendrás que saber jugarlas, ya sean malas o buenas. No hay que rendirse a la primera de cambio, sino intentar seguir.

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