3... 2... 1... Flexiono las rodillas y miro todo cuanto hay a mis pies. Respiro hondo intentando tranquilizarme. Debería mirar al frente, mas cualquier intento es en vano. Un mísero segundo lo decide todo: libertad, alegría, valor, miedo, cobardía o represión. Noto el miedo en mi interior. Mi cuerpo quiere volar y ser libre, pero mi cabeza le niega ese merecido derecho. La presión que habita en mi pecho aumenta y con ello mis latidos se aceleran. Dejo de pensar para dejar la mente en blanco y así poderla inundar de nuevas sensaciones. Me impulso con fuerza dejándolo todo atrás. Siento el viento rozando mi rostro y jugando con los mechones de mi pelo. Abro los párpados y miro hacia abajo. Grito con ganas, sacando todo lo que me atormenta. Grito una y otra vez sin cansarme, sin darme cuenta. Es ahora cuando la libertad está en la palma de mis manos. Intento cogerla, pero se escapa entre mis dedos. Las cuerdas que me alejan de ella hacen su función sin permitirme caer. Los gritos hacen hueco a las risas, mientras que la adrenalina se apodera de mí. La felicidad recorre cada poro de mi piel. Hablo sola, digo palabras que nadie más comprende, ni siquiera yo misma. Me río sin parar. Se oye una risa sincera, divertida y atrevida. Atrás quedaron todos mis temores, allí donde la libertad comienza: en lo alto del puente.
Después de una vuelta sobre mí misma, miedos, gritos, risas, sonrisas, sensación de ahogo y libertad, adrenalina en estado puro, palabras nunca dichas, pensamientos perdidos... Y seguramente muchas más sensaciones que no logro recordar. Todo, sin excepción alguna, me ha hecho crecer un poco más como persona, encontrarme a mí misma, superar mis miedos y demostrarme que la felicidad está en los pequeños detalles que nos da la vida.
- Cariño, ¿Por qué no compramos un castillo para vivir como reyes?
+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.
+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.
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