Jamás había dado tanto por una persona. Parece tópico, lo sé, pero así es. Le amé sin miedo a herirme, confiando en él. Le abrí las puertas de mi alma, aquellas que había cerrado tantas veces de un portazo. Le cuidé cuando más lo necesitaba. Le besé mientras dormía y le arropé aunque se destapara una y mil veces. Le observé en silencio deleitándome con esos pequeños detalles que venían a mi mente constantemente y le caracterizaban. Luché por sus sueños e incluso por los nuestros. Le enseñé otra forma de vida. Le demostré que la felicidad y el amor no son utópicos, sino difíciles de conseguir pero no imposibles de mantener. Me perdí en su mirada achocolatada cuan una niña pequeña pendiente de su más preciado tesoro. Lloré cuando me hacía daño, pero mucho más cuando me hacía feliz. Memoricé cada uno de sus lunares y las infinitas formas de su piel. le deseé como si no hubiera mañana disfrutando el hoy plenamente.
Cuando nos enamoramos siempre creemos que jamás hemos sentido algo así anteriormente y que seguramente no volvamos a sentirlo. Siempre es como la primera vez. Los primeros momentos son especiales, al igual que los últimos. Nos ilusionamos y nos embarcamos en una aventura que no somos capaces de asegurar que tenga un final feliz o simplemente que no haya un final. ¿Por qué tendría que haberlo? Ah, sí. Se me olvidaba, todo termina o eso aseguran muchos. Mas yo creo que cuando un sentimiento es tan puro perdura por la eternidad. Basta con que una sola persona lo recuerde y lo viva en sus propias carnes para revivir aquella fogosa llama.
Los niños creen que el amor es jugar a los papás y las mamás constantemente. Los adolescentes se dejan llevar, lo viven intensamente y aseguran estar locamente enamorados. En esa edad suele darse el primer amor y la primera decepción. Ahí es cuando afirman que jamás volverán a sentir tal horrible sensación, pero la esperanza es la llave de la locura y la ilusión. Los adultos aman velozmente, recuerdan el pasado y buscan un futuro sin darle demasiada importancia al presente. Los ancianos recuerdan aquellos momentos en los que sintieron y aún consiguen sentir, lo que fue y será.
En verdad, da igual la edad, lo importante es el sentimiento de libertad que produce un corazón al amar a otro. Se puede estar ilusionado con quince o con cincuenta, siempre y cuando estamos dispuestos a dejar que nuestros corazones pierdan la cabeza.
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