Era consciente de que te echaría de menos mucho antes de que te fueras, incluso antes de conocerte. Sí, has oído bien. Era todo tan perfecto que siempre creí que sería producto de mi imaginación. También llegué a sentir que era un sueño, que no podía ser real. Quizá por eso me dejé llevar tanto. Al jugar entre la barrera de lo real y lo soñado, el corazón manda y la mente embauca. La ilusión se apodera de todo, incluso de uno mismo. Aunque hay sueños que no duran toda una vida, el mío no iba a ser menos. Desperté de la peor forma posible: ahogada entre mis propios llantos y ciega ante una cruda realidad que jamás quise observar. Es irónico, el tiempo pasó muy rápido y a la vez se me hizo eterno. No consigo explicármelo, ¿Es eso posible? Desde luego que sí.
Al principio nos prometimos ser los reyes de las horas, no
dejar que corriesen sin nuestro permiso, mas después se quedó en un idílico
querer. También nos prometimos un sinfín de recuerdos, los cuales comenzaban a
nacer en nuestro interior. Prometí quererte siempre, aunque no te lo merecieras
porque ahí sería cuando más lo necesitases. Prometí vivir al resguardo de tu
corazón y llamarlo hogar. Prometí creerme tus palabras y mucho más tus hechos.
Prometí ser yo y dejar que fueras tú. Prometí luchar aunque no me quedase
aliento suficiente. Prometí no dejar de tener pensamientos fugaces y duraderos.
Prometí apreciar tu vida tanto o más que la mía. Prometí que serías dueño de
cada una de mis sonrisas. Prometí no olvidarte ni aunque quisiera y por
desgracia es algo que no consigo hacer.
Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, aunque el
mentiroso tenga un avión supersónico que le permita huir de todas aquellas
verdades que un día te prometió y ahora no son más que mentiras. Incluso de aquellas mentiras que jamás
pronunció, pero que siempre sabía que haría.