Cuando era pequeña evitaba estar rodeada de mucha gente porque no me sentía agusto, creía que me juzgarían todos y no podría controlar mis emociones. Con el paso de los años me di cuenta de que no estaba equivocada, que la gente se queda con la primera impresión, aquello que ven a primera vista, y que es complicado hacerles cambiar de opinión. A veces lo que puedan pensar es lo de menos, otras es lo de más.
Hay días en los que me despierto, apago el despertador y me hago la remolona en la cama. Sin quererlo, o realmente deseándolo, me quedo dormida y llego tarde. Para no variar no suelo desayunar, la comida mañanera me revuelve el estómago, y me enfrento a un nuevo día. Normalmente lucho contra mis propios demonios y contra los de los demás, aunque ultimamente no tengo ganas ni de luchar. Sí, he de reconocerlo. Me estoy volviendo mucho más perezosa de lo que ya era, pero soy así y de momento no quiero cambiarlo.
Mi semana no es que haya sido gran cosa, mi vida se resume estudiar por el día, dejarme caer por la biblioteca a la tarde y perderme entre las apasionantes hojas de un libro de artes o de literatura. Y por último, volver a mi leonera, mi cuarto. Allí me siento protegida, siento como si el mundo estuviera en mis manos. Mi pequeño gran mundo, mío y de nadie más.
Hoy creía haberme levantado con el pie derecho, llena de vida y de felicidad. (Ay, Adrianita, cada día eres más ingenua). Pensé que olvidaría el mal entendido del día anterior, que no me haría mala sangre por algo que no puedo solucionar. También pensé que mi pequeño costipado no se apoderaría de mi cuerpo y que no tendría más mocos que huesos, obviamente me volví a equivocar. Pero no queda ahí la cosa, para rematar la faena mi tarde ha sido... ¿Cómo decirlo? Seré sincera, bruta y clara: una puta mierda. Darte cuenta de que una tía que no te conoce de nada te juzgue por tus apariencias me parece acojonante. Que intente convencerte de que la vida hay que disfrutarla y que para eso es necesario que la mujer esté guapa y se maquille. Gracias, señora, la entiendo. Si quiero "ligar" tendré que ponerme una máscara y ser la persona que los demás quieren que sea. Además, como ella ha dicho, con el maquillaje estoy mucho más guapa y es sano para el cutis. Y claro... Como estoy en una edad tan avanzada, tapa mis arrugas e imperfecciones. Venga hombre, dime claramente que la situación económica de este país anda gateando por los suelos y que necesitas que compre unos de tus "maravillosos, únicos y baratos" productos y tal vez hasta me lo piense. Lo que me revienta es que la sociedad sea tan hipócrita, que hagan negocio a costa de los demás. Sí, señores, lo sé. No voy a cambiar el mundo, pero no dejaré que mis pensamientos tengan miedo, sino que gritaré aquello que de verdad sienta hasta que me quede afónica o deje a alguien sordo.
Y por último, pero no menos importante, lo que de verdad me está tocando ultimamente la moral es que me tomen por imbécil. Siempre me han dicho que es mejor parecer tonto que abrir la boca y confirmarlo, tal vez cierta persona debería aplicárselo. La amistad no es algo pasajero, hoy sí y mañana no. Te necesito para las buenas, para reírnos hasta de nuestra sombra y cuando estés totalmente jodida no cuentes conmigo porque debo seguir con mi vida. Para mí eso no es amistad, es tener más cara que espalda.
- Cariño, ¿Por qué no compramos un castillo para vivir como reyes?
+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.
+ No, mejor compramos un manicomio y follamos como locos.
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sábado, 29 de octubre de 2011
jueves, 6 de octubre de 2011
Volviendo a las andadas
Hay veces en las que estoy rodeada de gente y me siento totalmente sola. Sé que están ahí, que puedo confiar en ellos o que así debería de ser, pero no lo hago. La verdad no sé porqué, ni siquiera confio en mi misma. Siempre he sido solitaria, me ha gustado tener mis pequeños momentos de soledad que para mí eran grandes alivios. Aunque también he necesitado que estuvieran pendientes de mí sin que yo me diese cuenta. Es difícil explicarlo, pero mucho más entenderlo. Tal vez tú, sí, tú, me puedas entender. Tal vez, cabe la posible y remota posibilidad de que seas como yo. Que seas una persona tan súmamente rara que ni tú misma sepas lo que quieres y a la vez lo tengas más claro que el agua. Que vivas de ilusiones y luego te quejes como un niño cuando las cosas no te salen como esperabas. Que bailes al ritmo de la canción y tararees la preciosa melodía que embauca tus oídos. Que sientas que el pecho te oprime y tus emociones estallen al igual que los fuegos artificiales cuando rozan el cielo. Que tengas miedo a reirte por si tu sonrisa no es la misma de siempre. Que no puedas respirar porque no sabes si ese será el primer o último suspiro que des. Que huyas de los zapatos porque estando descalzo te sientes totalmente libre. Que dejes a tu cuerpo sin ataduras de ningún tipo, a diferencia de tu mente. Que aprecies la vida más ahora que en otros momentos y que sólo sea por el mero hecho de que sabes que se te escapa de las manos y seguramente no puedas o no quieras hacer nada. Que sepas como es la realidad que te rodea pero no quieras mirar, que te quedes ciega a propósito y hagas de tripas corazón. Que te sientas víctima y culpable de tus propios actos. Que no te veas capaz de pedir perdón y mucho menos de pedir ayuda. Que eches de menos una simple muestra de cariño. Un beso lanzado al viento que huyó lejos de ti, una caricia que aún sigues sientiendo en tu piel, un abrazo que te resguardaba del frío o una mirada que te endulzaba la vida. Que incluso los silencios sean tus mayores enemigos. Que la felicidad sea un estilo de vida inalcanzable. Que esa historia que oíste tantas veces, que diste por sentado que era tuya y que viviste al límite te demuestre que será la próxima tragicomida del momento. Que la rutina te acompañe a todos los sitios y te agobie sin dejarte respirar. Que estés cansado de gritos, palabras mal dichas y peor sentidas, reproches sin sentido o enfados tontos. Que cada noche te mueras de sueño y no puedas dormir porque la conciencia te atormenta. Que tus neuronas pidan vaciones al cerebro y tu corazón sienta envidía porque a él aún le queda mucho por trabajar. Que hablemos de ti... Cuando en realidad lo quiera hacer de mí.
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